CALIDAD DE VIDA

NO es este un tema nada nuevo. De hecho ha sido abordado por economistas contemporáneos. Especialmente de la India. Sin embargo, requerimos un abordaje que converja en las situaciones específicas de países pequeños como Honduras, en tanto que el fenómeno es, y debiera ser, una preocupación de todos los segmentos sociales, desde los más altos hasta los más marginados, sin exclusiones de ningún tipo, aun cuando la responsabilidad recaiga, principalmente, en los cuadros dirigentes de la sociedad, tanto del pasado como del presente, y tanto del sector público como del privado, pues los pobres y los de la clase media-baja a veces parecieran inconscientes de sus propias calamidades, lo cual es una apariencia peligrosa.

Todos juntos debiéramos sentarnos a conversar y a analizar el grave problema del deterioro del tejido social hondureño, a fin de radiografiar correctamente el problema, con el propósito casi inmediato de encontrar soluciones factibles para comenzar a mitigar ese deterioro que se expresa cotidianamente en el desempleo, la ausencia de valores morales, el irrespeto a la vida y en los focos de violencia extrema. De los cuales la gente común y corriente se queja todos los días, al margen de las veracidades y de las exageraciones de cada caso individual o comunitario.

Otra expresión reciente del deterioro colectivo es una disminución creciente en los capitales circulantes, fenómeno que se exterioriza en una especie de clamor popular. Cada día es más difícil conseguir el sustento cotidiano, razón por la cual se puede anticipar que una de las pancartas más exigentes del próximo “Día Internacional de los Trabajadores”, habrá de centrarse en este clamor por la “falta de circulante”. También se puede anticipar el alzamiento de consignas estereotipadas que se vienen utilizando desde la década de los años sesenta, y setenta, del siglo pasado, con las exageraciones ideológicas condimentadas con los resentimientos dirigenciales presentes.

Un análisis frío e imparcial debe encaminarse a escudriñar las causas inmediatas, internas y externas, lejanas y recientes, que convergen en la ausencia de capitales circulantes en las ciudades más importantes del país, sin ignorar las pequeñas ciudades y aldeas que se abastecen con la producción de granos básicos inmediatos, y en donde los pobladores podrían hacer caso omiso de la necesidad de pagar taxis y autobuses diariamente; o de tener que buscar precios más o menos accesibles en el esquema de la canasta básica popular, en las tiendas y mercados. Podríamos anticipar algunas hipótesis dolorosas recientes, pero las dejaremos para el análisis colectivo que aquí estamos proponiendo.

En cualquier caso es indispensable destacar la necesidad perentoria de atraer inversiones extranjeras directas, creando un ambiente nacional de seguridad para los capitalistas, generadores de empleo masivo. A la par se tiene que pensar en los incentivos para los pequeños y medianos productores del país. E incluso para los posibles “grandes capitales” hondureños, que debieran instalarse en los cuatro puntos cardinales de la rosa geográfica nacional, desmarcándose un poco del famoso corredor logístico norte-sur.

Un abordaje sincero de esta problemática conduciría, necesariamente, hacia el encuentro de soluciones reales, en las coordenadas de adentro y de afuera. Hacer lo contrario, con discursos ideológicos altisonantes y vacíos, significa inferirle nuevos daños al tejido social, a la calidad de vida y al futuro de la nación. La economía popular exige realismo frente a las exigencias cotidianas y semanales, y frente a los desafíos de las jóvenes generaciones hondureñas que actualmente se mueven en el desconcierto.