Zelaya, “el rey de la calle”

Por Juan Ramón Martínez

Miguel Caballero Leiva, con la generosidad de su enorme corazón, llamó a un periodista “el rey de la mañana”. Aludía al control que había logrado sobre la audiencia de la capital, por su desenfado, criticidad e ilimitado irrespeto hacia los televidentes. Ahora recuerdo la frase, cuando veo, montado en una bicicleta –sobre la que los liberales construyeron el desprestigio de Ramos Soto– a Manuel Zelaya, convertido en un verdadero “rey de la calle”. Él tiene en jaque a la policía, en los lugares que la enfrenta. Respaldado en el miedo que provoca en el mundo judicial –no hay juez que le dicte auto de prisión, por votar basura siquiera–; el apoyo que recibe de los defensores de los derechos humanos nacionales e internacionales; por el temor que provoca entre la policía y los militares; y, por la paralización esclerótica del Partido Nacional, hace y deshace, cuando le place. Y donde quiere.

Este primero de mayo, ha desplazado a la enfermiza “clase obrera”, a los pobladores de los barrios y a los simples admiradores de los trabajadores que, se reunían para celebrar el día de los mártires de Chicago, en el Parque Central. Y ha mantenido en acción a la policía, con menos de cincuenta jóvenes, posiblemente la mayoría contratados, para probar su tesis que él puede, sin el apoyo de nadie, desarmar a la autoridad constituida, tomar el control del poder. En el momento que, le dé la gana.

Zelaya es un caso admirable. Es posiblemente el menos formado académicamente de los políticos nacionales; pero manejando una visión global de la confrontación, con un discurso elemental y sencillo, dedicado constantemente a la política como un oficio de las 24 horas del día. Y manejando una estrategia singular y ruidosa, sin retirada: el socialismo del siglo XXI, ha conseguido convertirse en el caudillo de más peso de la vida política. Es el eje del contra poder nacional.

En la historia hondureña, solo se le compara en su vocación por el poder público, –como objetivo central de su vida–, el general Manuel Bonilla, que muriera en la Presidencia después de pelear por ella durante casi diez años, en forma continua; Policarpo Bonilla, que después de fundar el Partido Liberal, lo dividió en 1923, y Gregorio Ferrera que, aunque no logró la titularidad del Ejecutivo, mantuvo la agitación permanente de la vida política, moviendo las aguas de la inestabilidad, hasta que en Bañaderos, cerca de San Pedro Sula, se encontró con su Waterloo personal. Zelaya Rosales es, una combinación de los tres.

Nació en el interior de una familia conservadora, afiliada al Partido Nacional. Su padre, siempre ganó las elecciones para el Partido Nacional, hasta que Rodas Alvarado –igual que Villeda Morales hiciera con Suazo Córdova– lo convenció para hacerse liberal. Y poder de esta forma, disputarle a los nacionalistas, alcaldías y diputaciones, en Olancho. Coincide con Policarpo Bonilla en su voluntad personal, de creer que es superior a los partidos y que las masas, lo siguen siempre, en el partido que funde y el color de la bandera que escoja, según sus preferencias. Bertrand mantuvo tranquilo al país, incorporando a Policarpo Bonilla a la burocracia. Y enviándolo al exterior. En el caso de Gregorio Ferrera, fue derrotado, porque frente a su pasión por la confrontación y en la seguridad de su fuerza, nunca vio, que al final, el poder legítimo se pondría de pie. Cayendo víctima de las balas de sus perseguidores.

Hay algo nuevo que aporta Zelaya a la política: la base del poder no está en las masas, sino en los órganos de seguridad –esto lo aprendió viendo a Cuba y Venezuela– y que el sistema democrático es frágil, derrotable por unos pocos (Guevara), dispuestos a tomarse las calles, porque le tienen miedo a la sangre. Y no resisten la presión internacional cuando aumentan las víctimas, como por su debilidad interna, que les inmoviliza para salir a confrontarle. El otro día en la TV, en una aritmética elemental, dijo cómo desarmará a los policías y a los militares. Y lo acaba de probar el primero de mayo que, con menos de cincuenta jóvenes, mantuvo “ocupada” a la policía. El siguiente paso, es hacerlo en muchos lugares. Para tomar el poder. Si no se le atraviesan los militares. O los nacionalistas.