Pedro Navajas y la “historia”

Por Segisfredo Infante

No es un personaje histórico. Ni mucho menos. Tal vez es un personajillo antropológico, biológico, parado en una esquina, producto de la salsa tropical de 1978, cuando nosotros todavía éramos unos muchachos buscando cierta dirección filosófica rigurosa en el mundo, en tanto que ya habíamos comenzado a leer, en forma más o menos sistemática y autónoma, a los filósofos universales Guillermo Hegel y Ortega y Gasset, para quienes el “Hombre” es, por sobre todas las cosas, un ser histórico, y con ciertos saberes históricos. (Hablamos del Hombre racional, o pensante, con “H” mayúscula).

También escuchábamos música clásica, sobre todo en la casa del barrio San Rafael de Tegucigalpa, de mi amigo íntimo don Roque Ochoa Hidalgo (QEPD), ensayista, más o menos existencialista por aquellos días, y excelente sonetista, dicho sea de paso, con una cultura general fuera de serie, para un simple trabajador de las artes gráficas. Sin embargo, era imposible ignorar la música popular, especialmente la salsa tropical de Rubén Blades y Willie Colón, como la canción “Pedro Navaja”. O la linda salsa llanera “Caballo Viejo” (venezolana del año 1980), escrita y arreglada musicalmente por Simón Díaz.

Estos detalles podrían ser relevantes desde una perspectiva multilátera de lecturas serias y de algunos conocimientos musicales de tipo marginal.

Sobre todo del “Pedro Navajas”, pronunciado en plural por ciertos intérpretes salseros. En tanto que el personajillo suele reproducirse, accidentalmente, en el bajo mundo latinoamericano, en donde la falsa sonrisa de un diente de oro, puede confundir al transeúnte desprevenido, sobre todo si Pedro Navajas, con sombrero, arma letal escondida y gabán, se mete al ruedo de la política vernácula de cualquier país subdesarrollado, tal como lo hizo el fatídico Pablo Escobar Gaviria en Colombia, quien supo engatusar a un amplio sector del pueblo colombiano para que le apoyara en su ascenso político. Los pueblos hambrientos suelen ser ingenuos, y  casi nunca reparan en las interioridades, ni mucho en el pasado violento de los Pedritos Navajas chismosos de nueva ola, quienes se han especializado en el manejo de las redes antisociales para prostituir las informaciones y desinformaciones, con el fin inmediato de desacreditar a sociedades enteras y a personas que jamás les han hecho daño en un plano personal. Antes al contrario, en algún momento se les ha hecho algún bien, como publicar un artículo en favor de sus versos. Pero estos personajes ingratos contestan con “la cruel” sonrisa de oro de la cual hablaba Rubén Darío en uno de sus poemas pirotécnicos. Y saludan con fingida amabilidad cobarde en las calles de Tegucigalpa, para luego asestar puñaladas traperas en las redes antisociales, o desde alguna hermosa isla del Caribe, con el fin de obedecer las órdenes “ideológicas” del envidioso Pedro Navajas superior; o para subsanar sus rencores personales, con razón o sin razón, incubados en la pasada década del ochenta.

En este sentido me parece demencial, e igualmente descomunales, unos ataques recientes por el hecho de haber intentado sugerir algunas lecturas casi inocuas para los jóvenes en general y los hondureños en particular. Más demencial es el ataque, de trasfondo, contra mi persona por haber sugerido la lectura de algunos textos emblemáticos como “El Principito” de Saint-Exupéry; “La Casita de Pablo” de Alfonso Guillén Zelaya; la “Oración del Hondureño” y las excelsas “Memorias” de Froylán Turcios. Pues en cuanto al desacuerdo con “Las venas abiertas de América Latina”, hay una cosa que se llama ciencia histórica, y la verdadera ciencia suele ser rigurosa, y casi nunca admite mentiras o exageraciones y distorsiones ideológicas de los hechos. Aquí mismo en Centro América hemos contado con historiadores realmente serios como Severo Martínez Peláez, Murdo J. Macleod y Stephen Webre, para sólo mencionar tres nombres. El trabajo documental del guatemalteco Martínez Peláez es muy importante, a pesar de la periodización semi-estalinista forzada que hizo de la historia centroamericana. En este punto es indispensable subrayar que cualquier libro o documento que pretenda ser histórico puede ser rechazado, en un congreso internacional de buenos historiadores, si tal propuesta “equis” carece de sustentación documental minuciosa y rigurosa. Si no resiste una mirada historiográfica seria. Así que la historia científica nunca habrá de ser ideología.

Que quede constancia que en tanto sea posible jamás volveré a contestar diatribas personalísimas de este tipo. Pues, tal como lo expresé en mi ensayo “Fermentación Conceptual en Hegel” (noviembre de 2011) “sólo aceptaremos el diálogo reflexivo fundado en el conocimiento meticuloso de la cosa misma; y evadiremos, de antemano, cualquier polémica árida que pretenda asentarse en la ausencia de lecturas reales; o en la cita puramente referencial, porque en el bibliografismo excesivo corremos el riesgo de encontrarnos con el enamoramiento “erudito” hacia una cáscara vacía. Pero aceptaremos con humildad los consejos prudentes del Búho de Minerva, que “inicia su vuelo al caer el crepúsculo”, porque sabe volar más alto en el límpido atardecer de la existencia.”