TIEMPOS DE ABUNDANCIA

HA llovido copiosamente desde finales del mes de abril y casi todo el mes de mayo. Los aguaceros han sido monumentales. Como pocas veces durante los últimos tiempos. De tal suerte que la tierra caliente del trópico ha comenzado a enfriarse, con reverdecimientos de la floresta por todas partes, y con prometedoras siembras para los agricultores, sean grandes, pequeños o menudos, según las parcelas de tierra a las cuales tenga acceso cada familia. Por lo menos las proyecciones están dadas, respecto de las cantidades de granos básicos que serán sembradas y las posibles cosechas medidas en quintales y toneladas.

Las tormentas y chubascos han sido tan estremecedores, cuando menos en la zona centro-occidental del país; pero también en la parte sur-oriental, que sería extraño, o irracional, evitar las meditaciones bíblicas respecto de los tiempos de abundancia, por lo menos de agua, bajo la consideración pertinente que en los países de la vasta zona tórrida las intensas sequías suelen alternarse con las temporadas lluviosas. Y es que a pesar de los reveses en los precios internacionales del café y de la subida precipitada de los precios de los combustibles, es menester que reparemos en el hecho específico de la  cantidad de agua dulce que hemos recibido casi literalmente del “cielo”, en contradicción con la mínima capacidad de recolección y almacenamiento de la misma.

Cuando llueve, en Honduras, los viajeros pueden apreciar en las carreteras y en los caminos de herradura, las correntadas de agua que la naturaleza improvisa, de un momento a otro, por medio de los cauces naturales de los cerros, colinas y montañas. Entonces el viajero inteligente se pregunta sobre la posible razón por la cual a los hondureños (tanto del sector público como del sector privado) nunca se les haya ocurrido excavar pequeños y grandes pozos para recolección de agua dulce, a fin de preservarla en tiempos de sequía y escasez, cuando menos en las orillas de las carreteras, con siembras de árboles y arbustos de todo tipo alrededor, según sean las condiciones de salinidad de cada suelo.

En el caso referencial de los antiguos egipcios habría que imaginar que el extenso río Nilo se desbordó durante siete años consecutivos. Pero es casi seguro que aquellos hombres milenarios, bajo el liderazgo del legendario “José el Soñador”, no se limitaron a contemplar las inundaciones, sino que canalizaron los desbordamientos y los embaularon, para recolectar agua dulce con miras hacia los tiempos de escasez que estaban por venir. Pero además de eso los científicos de la agricultura, de hoy en día, deberían indagar de qué técnicas se valieron los egipcios para resguardar y preservar los granos cosechados, especialmente el trigo, frente a siete años consecutivos de sequía. Todos sabemos que en nuestro caso el gorgojo tiende a arruinar los frijoles y el maíz, lo mismo que otras plagas que atacan a los pequeños graneros y a los silos de almacenamiento. No había, en aquellos lejanos tiempos, semillas transgénicas capaces de resistir la dureza del clima y el ataque de los insectos. Pero de alguna técnica, para nosotros desconocida, se valieron los egipcios antiguos para conservar el agua y sus productos durante siete años de ruina, a fin de garantizar la seguridad alimentaria de su propio pueblo, y de otras naciones circunvecinas, que llegaban a comprar el precioso grano.

Hoy por hoy tenemos abundancia de agua, aun cuando paradójicamente se registren siempre los tradicionales racionamientos en las ciudades más importantes, incluyendo Tegucigalpa. Pero esa no es ninguna justificación que nos empuje a perder de vista las futuras necesidades nacionales en materia de cosas tan vitales como el agua y los alimentos de la canasta básica popular. Pensemos como estadistas del hoy y del mañana.