Ozymandias o el nuevo reino del fútbol

Por Rolando Kattán

Desconozco el linaje de Miguel Ángel. Pero no dudaría que es divino. ¿Quién si no desde una familiar intimidad pudo revelar el rostro de Dios?  Seguramente en su corazón se abría otro ojo para ver el esclavo atrapado dentro de la piedra y liberarlo, con tanto cuidado para que no fuese a golpear con su cincel la carne de piedra.

O seguramente el artista cinceló el reflejo de su mirada, a modo de autorretrato, esa del hombre que vio a Dios, en las pupilas del David. Porque hay una fe que debe más sustancia a Miguel Ángel que algún evangelista o algún otro santo. Porque, aunque urgen con el dedo dudoso de Santo Tomás las heridas en el costado, no hay dedo, no hay cuerpo, ni corazón que no se rinda ante el milagro de La Piedad. De alguna forma a esos brazos blancos y fríos todos transmigramos. ¿Qué no ven que no solo cargan al hijo, sino a nosotros? Especie de Trinidad esta. Autorretrato del consuelo y la desdicha.

Pero hoy, en estos días que la gloria se mueve en otros sitios, hoy cuando ya no es en el arte, ni en las páginas sublimes de la literatura, sino en la tierra, en las honduras de las canchas de fútbol.

Ahora mismo, escucho a los narradores decir que Messi es un poeta adentro de la cancha, que es él (y no Miguel Ángel) el de ascendencia divina, me pregunto, como si la pregunta fuese la última moneda en mi bolsillo, si la gloria del renacimiento está ya en decadencia, ¿en qué eclipse cambiamos de un glorioso planeta a su némesis superfluo?

Hay un dato que diluye mi esperanza, que deslía las pocas certezas presentes en este mundo: al salir de los museos del Vaticano, tras apreciar La Piedad y la Capilla Sixtina. Al final del recorrido, situados ahí como otra obra maestra, dispuestas para que los visitantes se queden con ello, está la camisa de Argentina firmada por todos los jugadores, está la autógrafa de Pelé, la Copa de Libertadores, están los gastados guantes de Buffon. ¿Son estas, la nueva estatua de Cristiano Ronaldo en Portugal, un ejemplo de la herencia a nuestros descendientes?

Todo reino por glorioso queda hecho arena. La pelota que se juega es otra. Es el destino. Todo sea ahora para y por el entretenimiento. Que nada quede a lo eterno.

Por eso me viene a la mente Ozymandias, un soneto de Percy Bysshe Shelley, en donde el poeta parafrasea la inscripción en la base de una estatua, dado por Diodoro Sículo en su Bibliotheca histórica, como “Rey de reyes soy yo, Ozymandias. Si alguien quiere saber cuán grande soy y dónde yazgo, que supere alguna de mis obras”:

A un viajero vi, de tierras remotas. / Me dijo: hay dos piernas en el desierto, / de piedra y sin tronco. A su lado cierto / rostro en la arena yace: la faz rota, / sus labios, su frío gesto tirano, / nos dicen que el escultor ha podido / salvar la pasión, que ha sobrevivido / al que pudo tallarlo con su mano. / Algo ha sido escrito en el pedestal: / «Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad / mi obra, poderosos! ¡Desesperad!: / La ruina es de un naufragio colosal. / A su lado, infinita y legendaria / solo queda la arena solitaria».