PUERTAS ABIERTAS

NUESTRO país es visitado constantemente por toda clase de personas, incluyendo el saludable sector turismo, lo cual es redituable, ya sea en términos económicos, sociales o culturales. Por eso es correcto que venga a Honduras gente de todas partes del mundo. Siempre y cuando sea legalmente. Decimos todo esto porque se sabe que también hay personas que vienen con el exclusivo propósito de encontrar errores (reales o inventados) y de enlodar el futuro del país. Es decir, vienen a cumplir consignas solapadas. La consigna ideológica es la orden mecánica del día, sin importar la realidad global de nuestra sociedad.

Por mucho que se escondan en lenguajes tecnocráticos y alambicados, es evidente que responden a objetivos ulteriores que habrán de socavar la tranquilidad relativa del país. Una tranquilidad conseguida con el esfuerzo de las negociaciones múltiples, durante muchas décadas. Sabemos que hemos cometido errores. Sabemos que hay corrupción como en cualquier otra parte del mundo. Pero en aquellos lugares lejanos a muy pocos se les ocurre destruir las institucionalidades. Un solo ejemplo de ello lo observamos durante la crisis financiera internacional del año 2008. Cayeron algunos peces gordos del mundo de las finanzas ficticias, de distintos países. Pero a nadie le pasó por la mente que había que destruir a las organizaciones políticas ni mucho menos al Estado. Es más, el Estado se encargó, mediante salvatajes financieros, de salvarguardar el macromodelo capitalista. En Honduras, en cambio, cualquier defecto encontrado en los tinglados decisorios, pareciera justificar la destrucción teledirigida contra algunas instituciones claves.

Necesitamos que Honduras sea visitada por gente realmente culta. No importa el nivel social o económico del visitante. Pero a fin de cuenta que sean personas ilustradas y conocedoras de la historia de las civilizaciones. O por lo menos de la historia comparada de las culturas mestizas. O, en último caso, que vengan personas deseosas de conocer nuestras realidades, imparcialmente, en sus cosas positivas y negativas. Sin perder de vista que somos una sociedad en proceso de formación continua. No se le puede ni se le debe exigir a Honduras que exhiba los comportamientos de Holanda, de Luxemburgo, de Suecia o de Bélgica, para sólo mencionar cuatro países, pues aquellos lejanos recodos europeos además de hermosos poseen historias milenarias y han cruzado, históricamente hablando, por situaciones peores que las nuestras. Incluso en el reciente siglo veinte. No hay que olvidar que los nazis pretendían, como fin último, destruir esos países.

Honduras, a pesar de los pesares, es un país de gente amable, heterogénea y generosa, con disposición abierta para servir a los demás, sean de adentro o de afuera. No se puede ni se debe venir con una aplanadora a homogenizar a todo mundo. En primer lugar porque no vivimos bajo un régimen totalitario, que tanto gusta a cabezas calientes. En segundo lugar porque somos una sociedad mestiza que ha recorrido diversos caminos para llegar hasta donde hemos llegado. En tercer lugar porque la mayoría de hondureños son personas honestas que se ganan el plato de frijoles parados de cada día bajo el sudor de la frente y con enormes sacrificios. Situación que no puede ni debe ser cambiada con decretos verticales sólo para satisfacer las egolatrías y provocar hambrunas generales, con racionamientos de alimentos como ha ocurrido en varias sociedades, cercanas y lejanas, del reciente siglo veinte. Tenemos, eso sí, las puertas abiertas para todas las gentes de buena voluntad.