La idiosincrasia del hondureño

Nery Alexis Gaitán

Se dice que el hondureño es amigable, bueno, generoso y amable. Que se integra con espontaneidad a la plática y que es notorio su involucramiento doméstico en todo. Armar la tertulia para hablar de lo que sea es muy común en todos los ambientes de la hondureñidad.

Por lo general el hondureño es de noble corazón. Es campeón en aguantar las injusticias, venga de donde vengan. Se enoja un rato, protesta y luego se olvida y todo sigue su curso. En contraste, a nivel doméstico es mujeriego, machista, intolerante con las mujeres a quienes quiere dominar a su antojo. Por eso, los crímenes pasionales ocurren constantemente.

Protesta mucho, entre los amigos, por las injustas condiciones de vida a que es sometido por los dueños del país, pero nunca realiza acciones concretas que promulguen verdaderos cambios en la sociedad. Las organizaciones sociales como sindicatos y federaciones de trabajadores se han acomodado a los intereses patronales y gubernamentales. Cercenado está el anhelo de rebeldía por mejores condiciones existenciales.

La calidad de vida del hondureño común está llena de miseria, dolor y angustias. Quizás por ello siempre lleva prendida la estrella de la derrota en el pecho. La ley del mínimo esfuerzo es su filosofía. Si tiene un negocio le cuesta atenderlo; si es empleado hay que andarlo regañando para que haga el mínimo que se le exige; si es policía no interviene en los conflictos que mira y le tiene sin cuidado si se mueren las víctimas; en síntesis, al hondureño no le importa nada si los demás viven o mueren, aunque él pueda hacer la diferencia.

Quizás esa apatía hacia el dolor y bienestar de los demás tenga su asidero en las injustas condiciones de vida, es decir, la miseria en que ha sido obligado a vivir. Aparte de que la educación pública es pésima, la mayoría de los hondureños son analfabetas; el sistema de salud está colapsado y se sufre y muere en los hospitales públicos a vista y paciencia de todo mundo, sin que nadie se conduela del dolor humano. Mientras los pacientes mueren entre estertores y lamentos, las enfermeras y médicos ríen a carcajadas de los chistes que se cuentan entre sí. Y para variar, las farmacias están repletas de polvo, y no de medicinas, que brillan por su ausencia.

El hondureño vive en un país muy rico, con amplios recursos naturales, los cuales están siendo devastados por mezquinos intereses económicos, pero no le es permitido gozar de la riqueza que la naturaleza le provee. La pobreza lo golpea hasta en el alma.

El desarrollo humano del hondureño es casi inexistente. Analfabeta, sin salud, viviendo en la miseria, entiende poco lo que sucede a su alrededor. Su capacidad de análisis es tremendamente superficial. Por eso sus temas favoritos, llevados hasta el paroxismo, implantados por la influencia que ejerce la agenda mediática, son la religión, el fútbol y la política.

Con poca instrucción, tiende a ser ingenuo. Así vemos hasta la saciedad a falsos líderes religiosos pidiéndole dinero a diestra y siniestra a nombre de Dios. A hermanos matándose por un partido de fútbol. A políticos inescrupulosos ofreciendo beneficios que solo otorgan a sus familiares y amigos.

Es notorio como en los últimos años el hondureño ha sido víctima de los políticos populistas que han querido instaurar el socialismo del siglo XXI a como diera lugar. Esta agenda, poco entendida por los hondureños, le ha dejado una secuela de dolor y muerte sin precedentes en la historia reciente del país.

Creyendo que lucha por mejores condiciones de vida y por una democracia participativa, no se ha dado cuenta que ha sido utilizado para crear caos y violencia. Es hora de que le dé la espalda a estos sinvergüenzas que atentan contra nuestro sistema democrático.

¡El hondureño merece vivir en paz y democracia!