La satanización de la migración en Estados Unidos

Por Rafael Delgado Elvir
Economista. Catedrático universitario

En Estados Unidos gobiernan en los más altos círculos del poder político personas con una visión conservadora y racista de la migración. Para el caso el presidente norteamericano desearía, ante el incremento de la migración de países pobres, que los migrantes fueran preferiblemente de países de Europa del Norte caracterizado por ser una población blanca y de muy altos ingresos. Su satanización de la migración del sur lo ha llevado a calificar abiertamente a los migrantes ilegales como peligrosos para el país. Desearía sustituir la política migratoria actual, supuestamente diseñada por gente que no ama a los Estados Unidos y calificada como quebrada, por algo que restrinja mucho más la migración legal. Ante una frontera con México que califica falsamente como abierta, propone la construcción de un muro con lo que se espera parar a los migrantes ilegales.

Lo que se olvida es que hay un imán, en los mismos Estados Unidos que no mira color, ni origen de los migrantes. Pero no son las leyes de migración ni la supuesta facilidad de cruzar la frontera lo que anima a irse para el norte. Es un mecanismo que solamente distingue costos y productividad del trabajo. Se trata del mercado laboral y en especial de algunos rubros de la economía norteamericana a las que les interesa mano de obra barata y dispuesta al trabajo, venga de donde venga. Esa demanda laboral es la que ha contribuido a que Estados Unidos se convierta en un destino preferido para la migración. Es así que al igual que a principios del siglo XX hoy alrededor del 13% de la población de Estados Unidos son inmigrantes.

De esta forma hay fuerzas que empujan y otras que halan la migración. Las que empujan son las fuerzas internas en cada país del triángulo norte de Centroamérica que lanza a millones de personas hacia afuera: la pobreza, la inseguridad, la desigualdad y la corrupción. Las que halan son ese acrecentado apetito del mercado laboral norteamericano precisamente por personas de países del llamado tercer mundo. Esto viene ligado al proceso de desindustrialización. Las tradicionales industrias, como la del acero y de los automóviles, empleadores de la clase media trabajadora de Estados Unidos, ha venido decreciendo y enviando empleos a subcontratistas en el extranjero en un proceso de racionalización y mejoramiento de la rentabilidad. Los bien remunerados empleos de empresas emblemáticas como Ford y IBM desaparecen. Por otro lado, lo que en el mercado laboral norteamericano crece a pasos rápidos es el sector de los servicios y un subsector con empleos de baja formación profesional y de reducida remuneración. Allí es donde terminan laborando los trabajadores expulsados de la manufactura. Pero es allí también donde los migrantes legales e ilegales son contratados. Bienvenidos entonces a los precarios empleos de Walmart y McDonalds, así como de otras cadenas de comida rápida y de tiendas.

Esto lo sabe Donald Trump y sus allegados, capitanes de grandes capitales que también buscan afanosamente elevar la rentabilidad a través de la subcontratación y el offshoring. Pero naturalmente que es más fácil satanizar al migrante y atribuirle la culpa de los problemas que sufre el país. Atrae todavía a muchos sectores la promesa que las cosas mejorarán cuando se expulse a los 12 millones de ilegales y se restrinja la migración legal. Sin embargo, la otra parte de la historia no se cuenta. Es la misma economía norteamericana que no puede vivir sin los migrantes. Y en el caso de salir los migrantes, quedarían libres puestos de trabajo de baja remuneración que difícilmente puedan ser aptos para el sector calificado de la fuerza laboral norteamericana. Mientras tanto, el show continúa y Trump con su círculo del poder seguirán con su discurso absurdo y racista tratando de desviar la atención de los problemas centrales.

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