EL IMÁN Y LA INTROVERSIÓN MEXICANA

POR supuesto que debe interesarnos lo que suceda en México. Tanto como lo que acontece en el entorno regional. En esa azarosa ruta de infortunio –donde el trato es cuestionable– quedan atrapados nuestros compatriotas peregrinos que no logran cruzar la frontera en su éxodo hacia el norte. Por mucho tiempo –en el lejano pasado– México fue una especie de hermano mayor para los centroamericanos. De allá venía la historia, la música, el cine, el arte, los libros, la cultura y hasta la influencia de las corrientes políticas e intelectuales. Refugio de valores extrañados de su tierra por condiciones adversas. De aquí, a riesgo propio o con sacrificio de sus padres, iban a estudiar los jóvenes a sus avanzados colegios y prestigiosas universidades. Pero aquello terminó. México se inhibió distanciándose de sus vecinos del sur. El gran imán de los Estados Unidos hizo girar su interés hacia arriba y dejó de ver para abajo.

Varias veces con embajadores y visitantes mexicanos inquirimos sobre la razón de esta introversión, sin obtener explicación suficiente de ninguno de ellos a qué obedeció el cambio radical. Cuando el poder público nos brindó la oportunidad de acercarnos, intentamos hacerlo. Fuimos en visita oficial buscando amigarnos con el presidente Ernesto Zedillo, quien tuvo gestos fraternos con Honduras cuando fue azotada brutalmente por aquel trágico siniestro. (A propósito –como muestra del olvido en que caen las administraciones pasadas a no ser cuando se trata de deturparlas– en un acto reciente para homenajear en Tegucigalpa a varios de los socorristas encabezados por un general, no hubo siquiera la cortesía de convidar a los nacionales que, para aquellos días, manejaban las tareas de emergencia, rehabilitación y reconstrucción de la fragmentada geografía). Recibimos de Cuauhtémoc Cárdenas –hijo del consagrado Lázaro Cárdenas– el cordón honorífico de la ciudad, cuando ejercía la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Impulsamos, junto a otros países del área, un tratado de libre comercio que sirvió más para que ellos dispusieran de mercados donde mandar sus excedentes sin ánimo de abrir el suyo a los nuestros. Gestionamos un proyecto de gasoducto –perseguido por los guatemaltecos– que facilitara la interconexión con todos los países del Triángulo Norte. Cuando a Vicente Fox se le ocurrió lanzar su Plan Pueblo Panamá –asistido con fondos del Banco Interamericano– en una reunión que sostuvimos con gobernadores le consultamos, si de integración se hablaba, ¿por qué pretendía solamente integrar el sur de México y no todo su país con Centroamérica? Vaciló en la respuesta.

La subyacente intención de la propuesta era conectar las regiones menos favorecidas, ubicadas en el sur del país azteca, con el mercado centroamericano al que atribuían similares niveles de atraso. El NAFTA había inducido un ritmo de crecimiento vertiginoso a las zonas del norte próximas a la frontera, dividiendo el país en dos grandes polos de desigualdad. Algo que no resuelven todavía ya que el abismo se profundiza. Al día de hoy, pese a que en la plática de los líderes de ambas naciones aducen estrechar los vínculos, la realidad es otra. Menos hacen las cancillerías. Poco cambia y la distancia en la relación sigue siendo la misma. Debe de haber correspondencia. No solo como mercado de consumidores propicios para la venta; para las tiendas que montan, los canales que instalan y la sucursal de sus bancos sino una relación de mayor equivalencia. Hay que comenzar por revisar ese tratado de libre comercio. En esta columna hemos reclamado la ausencia de México que a ratos se añora y a veces se resiente. Será menester monitorear al nuevo gobierno a ver si hay viraje de fondo o a imagen de los anteriores, meramente cosmético.