Malos momentos

Juan Ramón Martínez

El país, la sociedad, el sistema y la República, pasan por un mal momento. No solo por el paro de los transportistas, –tradicionales aliados de los partidos en el gobierno de turno–, sino por la falta de voluntad de reducir las diferencias, el poco interés ante el deterioro de las instituciones –el Congreso Nacional, el sistema judicial, los dirigentes de los partidos políticos mayoritarios y el ahondamiento de las diferencias entre la Honduras de las apariencias y la Honduras de la realidad– y la falta de una conciencia del peligro, por el que atravesamos casi todos. El corolario, el falso sentimiento de autonomía ilimitada, que permite el ejercicio de todos los caprichos imaginables hasta el límite de sobreponer a la existencia de la nación, el ego desmesurado de algunos que, han llegado a la irresponsabilidad que, si no es de ellos, no será de nadie. Como la canción mexicana.

Todo lo anterior, hace notoria la falta de conciencia de los peligros que enfrentamos. No solo por los desacuerdos internos, que deben ser manejados con la mayor prudencia y voluntad de mutua simpatía, porque no somos enemigos, por más diferencias que asumamos; sino que, por la indolencia frente a las amenazas externas. Que van desde el irrespeto de los criminales internacionales que saltan sobre nuestras leyes e incluso de algunos aliados que, no nos dan sino el lugar que ellos creen que ocupamos, no solo por pequeños y débiles económicamente. Fundamentalmente por falta de carácter y compromiso con la existencia de Honduras.

Aunque hay mucho de ignorancia, priman el orgullo desmesurado, los egos individuales sin control y cierto infantilismo en las visiones de la población. Por ejemplo, pocos tienen presente que Honduras es el fruto de la voluntad de unas personalidades fundadoras. Y que, así como nació, puede desaparecer. Asumiendo que la nación existe por el acuerdo diario de una población, que quiere vivir junta, buscando objetivos de bienestar para todos. O para la mayoría. Esto no forma parte del imaginario nacional. Incluso desde que suprimieron la educación cívica de las escuelas y de los colegios y se destruyó la personalidad y el orgullo de los maestros, pocos se han dado cuenta que al hondureño en realidad, le interesa poco el país, su estabilidad y su capacidad para moverse en un mundo global, cada día más complejo y difícil.

En la década de los sesenta en Honduras, animados por la Iglesia Católica de entonces –más dirigida por pastores que por intelectuales, expertos y técnicos de la fe– se produjo un acelerado proceso de conformación y desarrollo de los cuerpos intermedios, desde la base hacia la cabecera municipal, el departamento y Tegucigalpa. Desde 1975, ese proceso se revirtió. Y ahora, la sociedad civil, que es, teóricamente, la suma de esos cuerpos intermedios, ha sido sustituida por algunas ONG extranjeras y Omar Rivera que, tiene la capacidad, para hablar por todos nosotros. Y además, justificar todo lo maravilloso que han hecho en la Policía.

Gracias a los mencionados cuerpos intermedios y especialmente por la formación democrática que exigía la participación en los mismos –las cooperativas son un ejemplo de lo que venimos diciendo y que han sobrevivido y tenido un éxito económico descomunal– en Honduras, alcanzamos un nivel dialogal que muchos creímos entonces, que nos había permitido evitar la guerra civil centroamericana de los ochenta del siglo pasado. Y blindados para enfrentar cualquiera otra dificultad.

Ahora como sonámbulos, frente a un gobierno que imaginamos débil –lastrado por los desacuerdos y manipulado por grupos y sectores “antagónicos”– celebramos el desacuerdo, aplaudimos la disidencia y exaltamos el odio de unos, en contra de los otros. La expresión hormonal de un “político” que anunció que, si era necesario “destruiría a Honduras”, ahora ha sido asumida por la mayoría que, hace fila para crear bochinches, exagerar los desacuerdos y robar cámaras, elogiando las diferencias y ridiculizando los acuerdos necesarios que exige la convivencia.

El que Honduras haya aguantado a varias generaciones de irresponsables, que queriéndolo, no han podido destruirla, no significa que sea indestructible. Impedir que los factores de la producción se desarrollen normalmente y puedan crear empleo y riqueza para la mayoría, debilita al país. Dudo que aguante mucho más. Las fracturas son visibles y los irresponsables cada día que pasa, son mayoría. Y los inocentes, aumentan.