LETRAS Y LETRAS

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 “Fuego y Furia” de Michael Wolff es, posiblemente, el libro que mejor nos proporciona una visión exacta y precisa de la personalidad del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Escrito por alguien que ha tenido la capacidad y la suerte de acercarse y conseguir información de primera mano, de parte de los miembros del “entorno cero” del gobernante estadounidense, nos presenta la forma cómo reacciona el candidato; la sorpresa del presidente electo; el sentimiento de superioridad falso, que experimenta por el hecho de serlo. Y la necesidad, que los que rodean le haga sentir admiración obligada, por cada cosa que dice o hace. Es el mejor retrato psicológico de un hombre inseguro, interesado no tanto en sus méritos, sino en la descalificación de todo lo que tiene alrededor, con las excepciones que representan sus familiares más cercanos. Posiblemente el mejor lector de este libro es Putin, el presidente de Rusia. Es el único líder mundial que conoce a Trump. Y que se abstiene de recordarle sus incompetencias y falta de capacidad para valorar los hechos. Contrario a Xi-Ping, lo elogia y lo admira, en forma tal que, posiblemente sea él quien le proporciona un mejor sentimiento de comodidad al presidente de los Estados Unidos. Al fin  y al cabo, se trata de un ser humano que se sabe limitado e incluso, sorprendido de sus éxitos. Por ello es que, sabiendo que la fotografía suya contenida en este libro le desnuda plenamente, dio un paso que nunca hemos observado en los peores dictaduras de nuestro país: presentó una demanda judicial para impedir la publicación del mismo. Afortunadamente, no pudo negarnos, posiblemente el mejor legado suyo: su compleja, inusual e irrepetible personalidad. Desnuda, transparente, provocadora, inadmisible e imposible de verla con indiferencia.

El Fuego y la Furia,  por los méritos indicados, debe ser el libro de cabecera de todos los gobernantes del mundo — creo que López Obrador es el que lo ha leído últimamente – y de las Cancillerías respectivas, para lograr una mejor relación con un hombre escatológicamente simple e infantil como Trump; pero complejo en su conducta, por su fuerte voluntad de imponerse sobre los demás, especialmente por aquellos que él – muy sensible dicho sea de paso – siente que le menosprecian y lo descalifican.

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Norberto Fuentes, escritor de bastantes méritos, es el disidente cubano, menos anticastrista del enorme entorno intelectual de los que sirvieron a la revolución, la aprovecharon para ocupar posiciones y, al final, rompieron, con ella. De los pocos, además, que habla bien de la amistad de Gabriel García Márquez con Fidel Castro, porque como todos sabemos, el fue él que le consiguió que los Castro lo dejaran salir a vivir de las nostalgias, en el lugar más incomodo para un “revolucionario” marxista: las costas floridianas. Por ello, sus juicios sobre los hermanos Castro – Fidel, Raúl e incluso Juanita, la hermana que tiene una farmacia en Miami – exhibe una enorme objetividad. De allí que sus juicios – contenidos en El Ultimo Disidente, posiblemente el libro más desordenado que hemos leído en las últimas décadas – son muy útiles para entender que la palabra que define a la revolución de 1959, es la continuidad. Para Fuentes, Fidel Castro es un luchador, que no está quieto sino luchando, incluso en contra de sí mismo. En tanto que Raúl Castro es el sereno y tranquilo conspirador, el eficiente organizador y el hombre capaz de asegurar lo que para él es lo esencial de la revolución castrista: la continuidad. Como los artículos no tienen fecha en que fueron escritos, por los acontecimientos a que se refiere, se concluye que sus juicios han sido acertados. Después del accidente, en que Fidel se rompió la rótula en ocho partes y se fracturó un brazo, Fuentes anticipo que Fidel Castro entregaría el poder a su hermano Raúl. Que no volvería al mando jamás. Y que la cantidad de analgésicos ingeridos por Fidel, le acelerarían la divertirculitis que le provocó la muerte. Y que Raúl Castro  con su eficiencia natural, concluiría sus últimos cinco años en el poder, anticipando, incluso la transición que dirige Miguel Díaz Canel. Y al final, la preparación para que uno de los hijos de Raúl Castro, – coronel del ejército– suceda a este, como lo confirman las reformas introducidas a la Constitución en la recién pasada semana. Libro desordenado e incoherente algunas veces,  apresurado, con materiales tomados en forma apresurada, permite a quienes conocen la política cubana entender, vía los guiños y las insinuaciones, como los mejores aliados de Fidel y su revolución, han sido los cubanos que residen en Miami, jugando a la contra revolución. Y para consumo doméstico y para los que hemos vivido bajo las maracas del discurso de los cubanos, expresiones inolvidables como que estos, “solo se dan cuenta cuánto valen, hasta que viajan a los Estados Unidos. Porque tienen que trabajar”. Cosa que la Revolución les ha impedido conocer. Y por la que los cubanos de adentro,  la respaldan incluso con cierto complejo de inferioridad. Por no estar a la altura de los sacrificios que está obligado un verdadero revolucionario.

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Jorge Medina García, es de los pocos grandes escritores hondureños del presente, que no reside – por su propia voluntad– en San Pedro Sula, Tegucigalpa o Danlí. Vive, sereno y tranquilo, aislado en la ciudad de Yoro en donde en sus primeros años de vida enfrento, como decía Lisandro Quezada con ilustrada perversidad, “la  débil luz eléctrica de las calles, cuando competían dificultosamente con las luciérnagas”. Posiblemente esa es la razón por la que hoy por hoy, es uno de los mejores novelistas del país, poco contaminado de las modas universitarias y, más bien muy cercano a las vivencias culturales de la población nacional.

Memorial del Blasfemio, “es una novela cuidadosamente hilvanada con el desencanto, el desamor y la solitaria resistencia de Trigo de Jesús Vindel, abortado periodista y escritor de un único y polémico libro”. Pero por el ambiente que crea en esta y otras obras menores de Medina García, forma parte de un mundo especial, emparentado lejanamente con Gabriel García Márquez y Faulkner, en los cercos definidos en donde ocurren las cosas, en el que, cada lector puede encontrar el reflejo de sus vivencias o el eco de las historias familiares, contadas con nostalgia por los que emigraron a la capital, desde el mundo rural que Medina García retiene, fijamente, con talento y cirujana habilidad. Lectura obligada para quienes quieren conocer la literatura hondureña, más allá de los conflictos universitarios de los profesores que se han aventurado, en un salto al vació, a la creación literaria, para la cual están poco dotados. En esa novela, hay además, frescura, espacio para la complicidad y cercanía a la vida de los lectores. Una buena novela, bien escrita, sin arbitrarias complejidades, con la cual, se pueden compartir los sueños y los silencios. En la tranquila soledad de las lecturas personales.