Academia y formación política

Por Juan Ramón Martínez

Es notoria la relación inversa entre aumento de la complejidad de los problemas y la disminución cualitativa de los políticos actuales, para describir la realidad y buscarle soluciones. Dentro de la política como arte de lo posible y ciencia del bien común. No es que los tiempos pasados fueron mejores; es notoria la falta del relato en la comunidad política, la pérdida del discurso, el empobrecimiento del lenguaje, la escasa lectura y la poca publicación de declaraciones serias y falta de libros con discursos presidenciales. Estamos, culturalmente, en una edad obscura. Los últimos gobernantes diestros en la comunicación por medio del discurso fueron: Callejas, Carlos Roberto Reina y Carlos Flores. Maduro mostró indigencia en el lenguaje y se inclinó más por el gozo hedónico de lo físico. Zelaya Rosales inicia la caída del lenguaje –después de la vulgaridad de Suazo Córdova–, la muerte del discurso político y la emergencia de los lugares comunes, lo intrascendente, para desembocar, en lo coloquial.

Zelaya Rosales, que tiene problemas disléxicos, no pudo en su tiempo, aprovechar las contribuciones de sus asesores intelectuales. Lobo Sosa y Juan Orlando Hernández, más inclinados a la improvisación coloquial, en la búsqueda de cercanía con el electorado menos escolarizado, rechazan a las clases medias, y a los lectores interesados en la política como ciencia del poder. Sin muestras de mayor consistencia teórica.

Ignoramos qué leen los políticos; no acostumbran hacer citas históricas o políticas de sus antecesores; ni tampoco muestran que su cercanía a la realidad, les permita construir un relato coherente, con el que, establecer vínculos emocionales con el electorado, para hacer de la actividad partidaria, una discusión sobre progreso del país, mejoramiento de la sociedad y el acceso a mejores niveles de bienestar.

Esta caída del discurso político –evidente en la falta de un relato que una al pasado con el presente y anticipe los gozos del futuro– no es fortuita. Ni inexplicable. Corresponde a la crisis del sistema educativo, la disminución de la educación pública y laica en la formación de los cuadros dirigenciales, la superioridad de la enseñanza privada y la popularidad de lo elemental, de “lo líquido” como decía Bauman. Creemos que en 1963 se inició el paso de una fórmula culta, de la política a la vulgaridad. Los “imperativos categóricos” de Villeda Morales fueron sustituidos por “un solo pencazo” de López Arellano.

Hasta entonces, el Instituto Central formaba los cuadros políticos. Roberto Gálvez Barnes, Ramón E. Cruz y Carlos Roberto Reina, son los últimos gobernantes formados en ese colegio que, al tiempo que templaba el carácter, celebraba el talento cultural, expresado en la escritura y en el discurso oral. Desde entonces, los colegios privados –San Miguel, San Francisco y la Escuela Americana– son los nichos en los que forman los cuadros políticos. La excepción es JOH, que hace su secundaria en el Colegio Militar del Norte. Simultáneamente el papel protagónico de la UNAH, empieza a decaer en calidad y cantidad.

De los gobernantes formados allí, solo destacan, José Azcona del Hoyo, Carlos Roberto Reina y Juan Orlando Hernández, (Zelaya Rosales, no terminó el primer año de ingeniería). El resto, han sido formados para otras realidades, otras expectativas y en otros valores. En Estados Unidos (Callejas, Lobo Sosa, Maduro Joest, Carlos Flores); Guatemala (Suazo Córdova); o con cursos en Holanda (Callejas) o la Unión Soviética (Lobo Sosa). Y en la última hornada política, Salvador Nasralla en Chile, Luis Zelaya en México, Elvin Santos en USA, Mauricio Villeda y Yany Rosenthal en la UNAH y Romeo Vásquez, en la Academia Militar Francisco Morazán.

Frente a este problema, es interesante que sea Vásquez Velásquez quien ha organizado una “Academia de Formación y Liderazgo”, iniciativa en la que cooperaremos como voluntarios, convencidos que, para salir adelante y zafarnos de la dependencia, requerimos un nuevo liderazgo, más humanista, científico, crítico, culto y sensible para elevar la calidad de la discusión sobre la forma de echar a andar Honduras, reconciliar a la clase media y a la juventud con los políticos, y pactar, subordinando lo personal a lo nacional, las estrategias para la independencia y desarrollo de Honduras. Pasando de los gruñidos, a las palabras civilizadas. La última pregunta: y la UNAH, –pornografía abusiva del cemento y del autoritarismo–, tiene algo que ofrecernos?