¿Por qué nos odiamos tanto?

Por: Juan Ramón Martínez

Primero fue el gruñido; después la agresión. En vez de la discusión; el odio anormal en contra del otro. Para resolver diferencias, se colocaron el fusil al hombro y empezaron a matarse mutuamente. Sin embargo, algunos líderes que rechazaron la violencia y el odio que había llenado de cadáveres las secas campiñas, buscaron justificarse culturalmente. Marco Aurelio Soto es el que descubre la necesidad del acompañamiento de los hombres de letras: poetas, narradores y filósofos. Policarpo Bonilla, un hombre culto, le da continuidad y busca entre los intelectuales, los mecanismos para asegurar su trascendencia histórica. Terencio Sierra, elemental y mentalmente inestable, en cambio rechazó la cultura y se hizo de dos enemigos que le mantienen, en el basurero de la historia: Froylán Turcios y Juan Ramón Molina. Su enemigo y adversario, Manuel Bonilla, poco escolarizado como él, se rodeó de ambos y de Augusto C. Coello, entre otros. Y a Molina y a Turcios, muy jovencitos, los hizo miembros de su gabinete.

Hasta 1932, nadie se preguntaba el motivo por el odio común. Había como ahora, mucho ruido y confusión. Pablo Zelaya Sierra, en cambio, describe plásticamente en “Hermano contra hermano”, la tragedia de Honduras. Los grises, producen una atmósfera de miedo y angustia. Allí, en el centro, un hombre con pistola al cinto, sostiene en su mano derecha la cabeza mestiza, desmembrada y sangrante, de otro hondureño y con la izquierda, sostiene ávidamente una pacha de guaro. Representa la visión de la época: que el alcohol y la incivilidad de los caudillos armados, era la causa para que el odio, tiñera de sangre la sociedad, en que unos –como ocurre actualmente– nos matamos con otros, con golosa satisfacción. El cuadro está en la pinacoteca del Banco Atlántida y me llevó a conocerlo, uno de sus vicepresidentes, Carlos Girón.

Carías Andino, configuró como metodología de dominación: la división entre buenos y malos. Y aterrorizó a los liberales, equivalentes, –con las distancias del caso–, a los mareros y criminales organizados, de ahora. Cuando hubo exterminado a los liberales –y pensando en su retorno al poder, descubrió que necesitaba, reconciliar a las dos Honduras confrontadas– se inclinó por Juan Manuel Gálvez que, por su carácter, iniciaría la reconciliación, reduciendo en forma significativa el odio y el miedo, hacia el gobierno y su gobernante. Los esfuerzos de Gálvez, sin embargo, fueron debilitados por la represión de los comandantes, fieles a Carías Andino. Como los jueces.

En 1956, se produjo un giro significativo: las Fuerzas Armadas dejaron de ser guardianes de los gobernantes. Julio Lozano en forma deliberada, reprimió a los liberales que, con Villeda Morales, demostraron que al poder, solo se llegaba por el camino de las urnas. Lozano cayó. Villeda llegó al poder, gobernando con los militares. Estos, amenazados por el discurso de Rodas Alvarado, reaccionando ante el riesgo de su desaparición institucional, le pusieron fin a la breve primavera democrática, el 3 de octubre de 1963.

Con los militares, terminaron las guerras civiles. Murieron los empistolados y las calles no habían sido descubiertas, como espacio confrontativo. Desafortunadamente, López Arellano se consolidó en el poder e inauguró la corrupción, que le hizo caer en 1975. Sin sanción judicial.

Como efecto de la centralización irracional, hemos creado un Estado fuerte, cabezón, de piernas flácidas. Los municipios, sin competencias, permitieron al gobierno volverse el “padre” de todos, quitándonos iniciativa y libertad como personas. Convirtiéndonos en electores, moneda de cambio electoral. Pero como cuervos hambrientos, los electores, cada día pidieron más y más. Y el gobierno, se tornó incompetente y distante. Al odio intergrupal, se agregó el rencor contra los gobernantes. El 2009, se consolidó la polarización clasista que no lograron los marxistas. Pobres y ricos, se confrontaron.

Ahora, la mitad de la clase media y la juventud –que no lee periódicos ni libros–, manejan un odio cristalizado en contra de la otra mitad de los hondureños. Sin espacio para la discusión, los políticos nos hacen enemigos de los otros. Nasralla, anticipó la destrucción de Honduras. A los políticos les cuesta sentarse a conversar. Y nada se hace contra el odio. Esto no puede continuar. Hay que sustituirlo por el amor. Los sacerdotes y los pastores deben predicar que somos hijos de Dios. Hermanos. Y los maestros, no deben cultivar el odio en las aulas.