Río Motagua, desastre ecológico

Por Carlos López Contreras
Ex Canciller de la República

Las zonas fronterizas entre Guatemala y Honduras fueron incluyendo el río Motagua y fueron objeto de disputa a comienzos del siglo XX y resueltas las diferencias pacíficamente, por medio de un laudo arbitral, dictado el 20 de enero de 1933 donde el árbitro dirimente era el presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de América, Charles Evans Hughes.
En términos generales, se considera que el arbitraje fue favorable a Guatemala, no solo en la delimitación del territorio, sino que también en cuanto a la soberanía sobre el río que, en parte, define la frontera, correspondiendo en su integridad a Guatemala, quedando a Honduras solo la margen derecha del río, en forma similar a como quedó el río San Juan a favor de Nicaragua.

Con el crecimiento de las poblaciones y por el hecho de no contar con medios de tratamiento de la basura, el río Motagua se ha convertido en medio irresponsable para disponer de la basura, contaminando el río, sus aguas, la fauna y el mar en su desembocadura y más allá.

Hay alarma en Omoa, islas de la Bahía, las costas de Belice y, en fin, la cuenca del Caribe y los mares amenazados por la saturación de los plásticos y otras sustancias contaminantes.

Es un problema que nos concierne a todos, pero cuya responsabilidad principal, como soberano sobre el río Motagua, recae de manera directa sobre Guatemala.

Con el fin de buscarle solución al problema, se han celebrado conferencias entre representantes de Honduras y Guatemala, adoptando acuerdos e instando a las organizaciones internacionales a que colaboren. Pero con el paso del tiempo, al no hallarse una solución eficiente ha dejado que el problema asuma proporciones gigantescas.

Hasta donde se sabe, Guatemala hace algunos esfuerzos para detener la basura en el río, pero probablemente en forma casi artesanal y no parece contar con los recursos humanos y logísticos para realizar un trabajo eficiente, tanto en el río como en las fuentes contaminantes a lo largo del río.

Es posible que en América Latina existan países con suficiente desarrollo y tecnología para prestar una cooperación onerosa o fraternal como la que se necesita en el río Motagua, pero hasta donde se conoce, durante los últimos años han estado más concentrados en construir, en condiciones de solidaridad modernos puertos para un país que, hasta hace muy poco, no creía en el sistema capitalista como la ruta para el desarrollo.

En definitiva, solo nos quedan dos países amigos que podrían brindar su apoyo en esta encrucijada de destrucción del ambiente fluvial, costero, insular y marítimo: uno muy distante, Reino Unido, el otro cercano, Estados Unidos de América, que cuenta con el cuerpo de ingenieros de las Fuerzas Armadas, capaces de realizar de modo fulminante una operación de limpieza y prevención de la contaminación en el río Motagua, a título de una maniobra de colaboración pacífica que mucho aplaudiría el mundo.

Reino Unido, por su parte, podría apoyar esa operación con recursos financieros, pues al fin y al cabo, tiene obligaciones con los beliceños que son ribereños del Golfo de Honduras y con la Isla de Gran Caimán que le pertenece.

Esta propuesta podría ser rápida, eficiente y una demostración más de su marcado interés por una subregión que, por muchos años, ha pasado ajena a las preocupaciones de las grandes potencias, incluso desde el punto de vista ecológico.

La geopolítica aconseja no dejar espacios vacíos pues, como ya ha ocurrido en otras partes del mundo, de pronto aparece una potencia audaz que lo llena; a nadie debería sorprender que una potencia que está haciendo sentir con gran dinamismo su “poder suave” llene ese vacío, ofreciendo realizar el trabajo de descontaminar el río Motagua, el mar Caribe, sus islas y las costas que bañan sus aguas.