VERDADES INDEPENDENTISTAS

ES una tradición inalterable, en América Central, celebrar en el curso de los meses de septiembre y octubre, algunos acontecimientos históricos de primer orden, que se remontan a las primeras décadas del siglo diecinueve. Justamente el mes de septiembre se inicia, en el caso de Honduras, con el acto de izar el pabellón nacional, cuya historia ha sido relatada por cronistas de diversos momentos, con aciertos y aquellos consabidos desaciertos, incluyendo la narrativa de otros emblemas nacionales. Un segundo momento interesante es la celebración del “Día del Niño”, para subrayar que las futuras generaciones merecen la mayor atención posible, habida cuenta que en estos tiempos aciagos los niños y muchachos hondureños corren el riesgo de ser influidos, negativamente, por las bandas de pandilleros y por los encapuchados de “nueva ola”; inclusive bajo la vista gorda de sus padres y de sus mismos profesores, ideologizados hasta la médula del hueso.

Pero el punto central de nuestras conmemoraciones regionales de los dos meses aludidos, tiene que ver con la fecha de la Independencia de las viejas provincias de la Capitanía General de Guatemala (o “Reyno de Guatemala” como se expresa en otros documentos de aquella época), hoy América Central, con las respectivas repúblicas constituidas. El caso de la Independencia de los países centroamericanos respecto de la Corona española, ha sido abordado por diversos autores de los siglos diecinueve y veinte, y parte del veintiuno, con prejuicios y ausencias de información comprobable en algunos de los casos. A veces se hacen afirmaciones rotundas, sobre personajes y sucesos, que en nada o en poco esclarecen la realidad, por el mero afán de establecer unas “historiografías nacionales” ajenas al contexto histórico concreto, previo y posterior a la Independencia. Se parte de prejuicios, de mentiras y de repeticiones interminables.

Sin embargo, han comenzado a aparecer estudios recientes imparciales, basados en documentos confiables, que informan sobre los dos meses previos a que se proclamara la Independencia el 15 de septiembre de 1821. Incluso los sucesos nocturnos del día anterior. Sería entonces harto saludable que los estudiantes y profesores de todos los niveles del sistema educativo, supieran algo sobre la verdadera familia criolla guatemalteca que estuvo más interesada en la proclamación de la Independencia, y que incluso financió las marimbas y la cohetería del día señalado, tanto por su deseo de separarse de España, como por los intereses comerciales y políticos particulares que la movían para mantener sus privilegios intactos.

Desde luego que otros próceres independentistas de América Central, al margen de la poderosa familia aludida, estaban motivados por causas muy nobles, desde unos nueve años antes que se realizaran los eventos presionados desde México, en el contexto de un proyecto de anexión suprarregional. Los verdaderos historiadores imparciales conocen los nombres de esos verdaderos próceres que entregaron sus vidas, su salud y parte de sus capitales, a la creación de la “República Federal del Centro de América”, proyecto que fue desbaratado gradual y violentamente, por intereses particularistas, confusos y caóticos, que nunca hemos terminado de estudiar, como se debe estudiar la historia científicamente.

Los meses de septiembre y octubre que ahora mismo comienzan, al margen de los ruidos de las bandas marciales ensordecedoras, son como apropiados para algunas reflexiones y nuevas aproximaciones históricas equilibradas, mucho más allá de las fingidas histerias seudopatrioteras, que podrían generar las nuevas investigaciones archivísticas. La historia es una ciencia. No un discurso ditirámbico para exhibir rencores atávicos de ocasión. Ni para exhibir petulancias discursivas