JARRONES Y LA INTEGRACIÓN

UNA misión del Parlamento Centroamericano estuvo en la Casa de Gobierno, entre otras cosas, solicitando el apoyo de Honduras para que las decisiones de ese organismo sean vinculantes. No sabríamos hasta dónde hubo compromiso del hondureño de respaldar la solicitud. Lo de facultades vinculantes del Parlacen, ha sido la acariciada aspiración de esa institución que, en la práctica, no desempeña una función útil para nadie, más que para los diputados que obtienen la beca. Lo que allí discuten o acuerdan no trasciende y poco importa, porque ningún país está obligado a cumplir con nada de lo que resuelven. Ni la prensa guatemalteca, donde está la sede, cubre las sesiones del Parlacen. Las únicas noticias que salen publicadas son las relativas a los escándalos. Injusto, ya que muchos de los miembros que integran el foro han sido políticos de experiencia o funcionarios públicos, con algún nivel de influencia en sus respectivos países, que algo podrían aportar en el ocaso de sus carreras.

No es poco lo que los países desembolsan para mantenerlo funcionando. Así que tener ese ornamento –como esos jarrones chinos– sin sacarle ningún provecho es una insensatez. Los cargos se obtienen por elección y, por lo general, se ofrecen en cada país como premio de consolación a figuras que no logran obtener casilla en las planillas de diputados a los congresos nacionales. Aunque hay quienes disfrutan de esa temporada turística en Guatemala, yendo a estériles sesiones, a no hacer nada. De todo discuten en el plenario y hay quienes participan bastante, pero nada de lo tratado tiene consecuencia alguna. La idea de crear un foro de debates de carácter regional, nació durante la época de las guerras internas, a finales de los ochentas e inicios de los noventas, que confrontaron y polarizaron a Centroamérica. Suponían sus gestores que la violencia que desangraba a los pueblos, como los problemas derivados de la misma, entre ellos de grave inestabilidad política que minaba la gobernabilidad, podían ser tratados en un foro político de integración. Los europeos apoyaron el ensayo, pensando que sería el primer paso hacia algo parecido a la comunidad de naciones de la Unión Europea. Costa Rica, sin vocación integracionista –ya que le convenía venderse ante el mundo como algo diferente y separado de sus vecinos cenicientas– no quiso apoyar el proyecto. Tampoco es miembro de la Corte Centroamericana de Justicia. Más integracionistas otros países, como Panamá y República Dominicana que decidieron adherirse enviando diputados al Parlacen.

Para cuando tocó al fin organizar oficialmente el Parlacen los países habían resuelto –con elecciones generales como sucedió en Honduras y El Salvador– o estaban en proceso de resolver sus conflictos internos. (Lo de Guatemala tomó más tiempo hasta que llegaron los acuerdos de paz y en Nicaragua los sandinistas que botaron la dictadura somocista, después de ensayar armar rompecabezas con la revolución, concurrieron a elecciones que ganó doña Violeta). Así que ninguno quiso ceder soberanía y dar al ente regional ninguna facultad supranacional. Lo dejaron de adorno. En cierta oportunidad –durante el año y meses que asistimos con ánimo integracionista, hasta que decidimos abandonarlo ya que, después de tomar decisiones vitales todos los días que inciden en la vida de un país, no deja de afectar anímicamente ir a algo donde nada es real, todo es ilusorio– planteamos que gestionaran suscribir un convenio con la Unión Europea. El acuerdo estipularía que toda asistencia proveniente de allá para estos países o a la región, requiriera de un dictamen del Parlacen. Ello hubiese dado cierta relevancia al organismo con cada uno de estos gobiernos. Y materia suficiente para las comisiones internas y los debates. Pero la iniciativa no cuajó. Nadie mostró interés en materializarla. Así que, con sentimiento –por las amistades que uno hace– nos despedimos de los compañeros diputados y no regresamos.