LAS ATROFIAS, EL DIÁLOGO Y LOS DESFILES

A propósito de las fiestas patrias y de los desfiles del 15 de septiembre. Se palpa el entusiasmo en el ambiente y en las escuelas. Los institutos han venido practicando con sus bandas marciales, sus escoltas de banderas y estandartes, sus cuadros representativos del folclor nacional, sus hermosas escuadras de bastoneras y animadoras, para deleitar al público y lucirse en las calles y en los estadios. La Patria hoy viste sus mejores galas. LA TRIBUNA hizo su contribución anual a la enseñanza de nuestra historia, insertando en varias ediciones su tradicional álbum cívico, con las vistas de los símbolos consagrados de la República. Este año sumamos a ese aporte las láminas coleccionables con retratos inéditos de los próceres, tomados de las pinturas que adornan los salones de la Casa de Gobierno. Como tonificante a la autoestima, al imperativo de la identidad nacional, la celebración de la efeméride es ineludible.

Rememorar las hazañas de nuestros héroes, estadistas y patriotas insignes, los actos, las resoluciones, las luchas que nos convirtieron en nación libre, soberana e independiente. Sobre estos conceptos todavía hay controversia. Más ahora que la sociedad pareciera descender en sus valores, en sus prácticas, en sus actitudes a niveles bochornosos de dependencia. Esa nociva supeditación a lo ajeno –para eternizar la falta de confianza interna– como si las instituciones nacionales fuesen parapléjicas, necesitadas de acompañamientos que empujen la silla de ruedas de los tullidos. Ese feo complejo de inferioridad que se le infunde al desvalido auditorio, haciéndole creer que aquí nada sirve, que nada funciona a no ser con la tutela externa. La institucionalidad en deplorable necesidad de validación implorando “por favor no vayan a dejarnos solos”, a cualquiera que viene de afuera con instrucciones de enderezarnos. No hay que ir muy lejos para enterarnos de lo que nos pasa. Ese diálogo entre políticos que no pudieron platicar para llegar a acuerdos sensatos cuando la crisis encendió las calles evidenciando entre propios y extraños el ambiente de selva. Pero más irónico aún, que hasta después de 12 meses del conflicto, cuando ya los temas no son ni la sombra de lo que urgía resolver en aquel momento crítico, siguen creyendo que pueden hacer retroceder al país a lo que ya no existe. Ya hay hechos consumados, gobierno instalado, la gente regresó a su vida normal hastiada de verlos peleando. Dos docenas de rondas preparatorias con emisarios para instalar un diálogo al que finalmente, cuando arrancó, tampoco llegaron los cabecillas.

No pueden conversar sin enojarse y amenazar con romper las conversaciones, sin la facilitación del titular del PNUD que hace las veces de árbitro con pito en un partido de carnudos, mordiscos, empujones y zancadillas. Lo menos que atinan en los puntapiés es con la pelota. Y siguen insistiendo con mediadores internacionales para tomar decisiones vinculantes en un país soberano donde la discusión y solución de los problemas internos solo es competencia de hondureños. Tampoco dan cupo a los partidos chigüines. Porque se trata de un club exclusivo de los tres fundadores sin cabida a la inclusión como medida sobria para comenzar por allí a armonizar la bifurcada familia hondureña. Los que quieren ir no son invitados y a otros que convidan no quieren ir ya que el diálogo interfiere con su agenda de montar una Constituyente calcada de la autocracia. Aún así, hay que congratularse que, por lo menos como terapia a los insurrectos, el diálogo ya arrancó y marcha. Qué bueno sería si los actores políticos de ese diálogo marcharan en consonancia con los ideales y propósitos que inspiran a los muchachos estudiantes de estos desfiles. A celebrar la independencia. Porque a los jóvenes no hay que congestionarlos con las atrofias de los adultos.