Por Carlos Eduardo Reina Flores
Del extracto tomado de la columna semanal publicada junto a la nuestra, del buen amigo y poeta, “liberté, egalité, fraternité” elaborando sobre el valor de la fraternidad, saqué una comprensión más precisa de la simbiosis del concepto con los otros dos.
La fraternidad es el sentimiento de hermandad. Se necesita de fraternidad para equilibrar libertad con igualdad. La libertad total destruye la igualdad. E igualdad en su límite más amplio deshace la libertad. Pero es el sentimiento fraternal lo que sirve como puente entre la libertad y la igualdad.
La fraternidad aparece como concepto básico durante la Revolución Francesa con la promulgación de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Una especie de constitución o carta fundamental, esbozando derechos individuales, comunitarios y universales. Su pleno ejercicio, en mucho, depende de la hermandad entre ciudadanos. El primer artículo proclama que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Cada cual en armonía con los demás. Gozando de libertad, con derecho a la propiedad, pero iguales ante la ley. Ello solo es posible aplicando el sentimiento extendido de la hermandad. Donde aún existiendo diferencias, que son naturales, el sentimiento los obliga a apoyarse unos con otros. Principios que inspiraron las relaciones de convivencia en todo el mundo, cuya influencia en el Continente Americano produjo en nuestros pueblos actos heroicos de emancipación política.
Así canta el Himno Nacional: “Pero un día de gloria tu oído percibió, poderoso y distante que allá lejos, por sobre el atlante indignado rugía un león”. Referido al estruendoso estallido de la Revolución Francesa. Ese demoledor vendaval que sacude las monarquías desatando el ímpetu de libertad y de autonomía de sus sometidas colonias. Tal como era de esperarse. “Tu también ¡oh mi patria! te alzastes”. Suficiente motivo para que el sabio José Cecilio del Valle se diera cita con el destino, al redactar el Acta del Independencia. Ahora, en este mes de celebraciones de las fiestas patrias, no está de más detenerse un instante a meditar, sobre lo mejor que nos iría a todos, con mayores dosis de esa fraternidad que se conmemora y menos de ese odio y enemistad de hoy que tanto daño le hace a la sociedad, y por ende al país entero.