La Magdalena

Por Fernando Berríos
Periodista

Hay un adagio popular que reza: “La Magdalena no está para tafetanes”, es decir, no estamos para lujos.

Dicho de esta manera, a donde queremos llegar es que Honduras, un país donde el 62.1% de su población vive en pobreza y el 38.1% en pobreza extrema (INE junio 2018), no puede darse el lujo de jugar a la ruleta rusa con los pilares de su propia economía.

La economía hondureña, si bien se ha recuperado a nivel macroeconómico, sigue siendo vulnerable, al igual que lo son la mayoría de economías del mundo en estos nuevos tiempos de convulsión social y radicalismos ideológicos.

Y si no veamos lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. En cuatro meses, los nicaragüenses destruyeron su economía y pasaron de una proyección de crecimiento de 6% del Producto Interno Bruto a un decrecimiento de entre -1 y -2%. El golpe es letal para un país que se enrumbaba como potencia económica de Centroamérica.

Y las proyecciones no son nada halagüeñas para los demás países del área. El Salvador se enfrenta al “pecado capital” de haber trastocado sus relaciones con Estados Unidos, principal socio comercial de la región, luego de romper su relación histórica con China Taiwán y sucumbir ante los encantos de China Continental.

Guatemala enfrenta una nueva crisis social producto de la no revalidación del convenio con la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), una medida impopular para su población y para los cooperantes.

Costa Rica, un país casi ajeno a los conflictos sociales, hoy vive una de las peores crisis de su historia por el rechazo a una profunda reforma fiscal impulsada por su recién estrenado presidente Carlos Alvarado. La huelga general y estallidos de violencia son prácticamente inéditos en esta nación donde su presidente todas las noches exclama: “Vivimos tiempos convulsos pero sé que saldremos adelante”.

En la última década, Honduras no ha sido ajena a estos episodios de convulsión social, derivados de dos crisis políticas consecutivas: 2009 y 2017. Ambas han tenido como denominador común el factor político-ideológico, la radicalización del pensamiento, los afanes de poder, el odio como bandera de lucha y la desesperanza como caldo de cultivo de expresiones más violentas en las calles.

Pero la clase política, social y económica de Honduras debe entender que la Magdalena no está para tafetanes. Honduras no puede darse el lujo de que las diferencias políticas liquiden una economía en franco crecimiento.

Y si dudamos de lo anterior, solo recordemos que la crisis postelectoral redujo la proyección de crecimiento económico de 4.2 a 3.5% del PIB para este año 2018. Es decir, menos prosperidad, más pobreza.

El Banco Central de Honduras ha proyectado para 2018 una Inversión Extranjera Directa por el orden de 1,226 millones de dólares, cifra levemente superior a los 1,185 millones de dólares alcanzados en 2017.

A junio Honduras había captado 619.6 millones de dólares, sin embargo, los últimos acontecimientos contra inversiones mineras e hidroeléctricas ya han encendido las alarmas del sector privado.

Estos grupos podrían no tener razón, pero ante el problema, lo que debe prevalecer es un diálogo franco que conduzca a soluciones urgentes. Ni las inversiones sobran en el mundo ni los inversionistas se pelean por venir a Honduras.

Ya el Consejo Nacional de Inversiones ha estimado que solo por los últimos acontecimientos en estos proyectos las inversiones extranjeras podrían mermar entre 50 y 100 millones de dólares este año.

Pese a todo, Honduras sigue siendo un país atractivo para las inversiones y mantener un buen clima de negocios no solo es responsabilidad de un gobierno sino de la sociedad en su conjunto.

El país necesita reducir los niveles de pobreza y para ello es fundamental atraer más inversiones y generar más trabajo. Esta fórmula es infalible.

De ahí que resulte urgente un verdadero pacto social y fiscal por Honduras, un pacto que blinde su economía para que esta no sea sujeta al vaivén de la política.

La tarea es difícil pero no imposible, lo que se necesita es madurez política, voluntad, seriedad, responsabilidad y compromiso con un pueblo que al final del camino sigue siendo el único y gran perdedor.

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