¿TOCÓ FONDO?

PERSISTE la presidencia del CCEPL atacando, fiel a la misión de terminar de triturar las maltratadas filas liberales. Este es su último twitter: “El lado oscuro no es un mito, tiene nombres y apellidos”. Claro, ello sería la desgraciada e insondable oscuridad de la derrota. Que engendra una débil autoridad central que no ceja en la perversa tarea de desangrar más la institución hasta vaciarla. En el más grande partido histórico de la oposición, hay cada día un sentimiento de desesperanza por el estrepitoso declive de su militancia. Como víctima de un maleficio. El liderazgo que aflora, o apariencia de liderazgo, lejos de rescatar el partido de su aflictiva situación lo hunde más. En las pasadas elecciones generales el Partido Liberal en su nivel presidencial apenas obtuvo 484,187 votos. Nunca antes, había caído en las urnas con un resultado tan vergonzoso.

Cuando los electores no eran ni la mitad de lo que son ahora, Suazo Córdova logró 636 mil 437 votos. José Azcona 786 mil 594 votos. Carlos Roberto Reina 906 mil 793 votos. Carlos Roberto Flores Facussé 1 millón 40 mil 403 votos. Rafael Pineda Ponce que no ganó la contienda, obtuvo la respetable suma de 946 mil 590 votos. Manuel Zelaya consiguió 999 mil votos. Elvin Santos –aún con el partido fraccionado ya que le cayó el cataclismo de golpe encima– obtuvo 817 mil 524 votos. Mauricio Villeda –que se lanzó pese a la adversa coyuntura– obtuvo 632 mil 320 votos. La cosa aquella desencadenó la crisis política. Cuando desenfundaron el bicho de la Constituyente, réplica a la que usa la autocracia para perpetuarse en Venezuela, con una consulta para legitimar algo que la inviolabilidad de la Constitución proscribe, ya que esta no permite su linchamiento. El lío desgarró al entonces partido de gobierno, cuando abruptamente ocurrió el cuestionado derrocamiento. Liberales decepcionados, partidarios del depuesto, se fueron a la resistencia. Casi imposible para la institución política sobreponerse cuando era señalada como principal causante del conflicto. Así que el candidato presidencial que antes del estruendo encabezaba las encuestas, acabó sufriendo el efecto de lo sucedido. Allí se intensificó la instigación del odio entre hondureños. Pero más entre los liberales. El partido fue perdiendo no solo militancia sino el favor de los jóvenes e independientes que no miraban opción alguna en lo que en sus tiempos de gloria fue el gran partido de las milicias populares. El liberalismo ha pagado caro el efecto de esos enconos. Todo lo que indica que su estrategia debe ser dirigida a lo que constituyó, durante mucho tiempo, su lema: “Sumar, unir, vencer”. Sin embargo, los neófitos –con inquina a los valores históricos– parecieran renegar del emblemático grito de lucha.

Quieren imitar lo que no son. Equiparar lo advenedizo con lo “outsider” siendo dos cosas distintas. Robar banderas de la anticorrupción que pertenecen a otros. Replicar lo ajeno. La gente no vota por la fotocopia si tiene al original. La cuestión consiste –conforme a los manuales importados que aplican– en espantar la corriente que pierde en las elecciones internas –dividiendo la secta entre limpios y sucios– para quedarse solos procurando dizque el voto de los jóvenes; que no apoyan políticos sino candidatos antisistema. (Incluso dudosa la pureza que proclaman). De allí los pobres resultados obtenidos por el actual presidente del Consejo Central Ejecutivo del Partido Liberal, un 14.8% de los votos, el más bajo de todos los tiempos. Lo que debió servir de lección para asimilarla, recapacitar y replantear la ruta. No hay que dejarse acomplejar por la derrota o amargarse el carácter. “Hay gente que anda buscando quien se las pague, no quien se las hizo”. Más cuando el fracaso en gran parte es hechura propia. No es cosa de repetir los errores y profundizar el fanatismo. O simular que se expurga lo indeseable –no a los intereses de un Partido Liberal nacido en la libertad de expresión, la libertad de discernimiento, de respeto al criterio ajeno, de condescendencia a la divergencia, de rebeldía a la autocrática imposición– sino lo que estorba a la escondida aspiración política. Repetir con los sellos en la mano. Cuando la sensatez aconseja el diálogo para el entendimiento, la actitud es de nociva satanización creando estigmas. Eliminando al adversario interno en una peligrosa política de exterminación. Vaya ironía, el lado inodoro e incoloro que no sale de la tiniebla, del hoyo profundo al que metieron el partido, blande espadas contra molinos de viento de un supuesto lado oscuro. Se pensaba que el partido había tocado fondo en esta última elección. Quién sabe. La autoridad necesita sacudirse de lo visceral y recuperar la sensatez. En el momento que retome el camino de la decencia, de la solidaridad entre compañeros de lucha, de la unidad partidaria, se acaba este pleito estéril.