Un aullido lastimero

Por Boris Zelaya Rubí

Creemos oportuno comentar la serie de contradicciones, controversias, conflictos, pleitos y disidencias, de todo lo que ha conducido al fraccionamiento del Partido Liberal.

El promotor de las diferencias ha sido el presidente de esa institución política. Algunos de sus correligionarios desean llamar a la convención para que disminuyan las fricciones y que los más avezados, sirvan de mediadores y conciliadores, evitando mayores y graves consecuencias entre sus miembros.

Por el autoritarismo y engreimiento con que ha actuado el señor Luis Zelaya, no creemos que pida perdón a sus ofendidos congresistas, a quienes ha amenazado con expulsar de su instituto político, sin importar los años de militancia de ellos, que son mayores a su efímero y errático paseo por esas lides, y que ahora pretende hacer las veces de verdugo.

Si su elevado ego alimentado por malos consejeros, no le permite pedir disculpas y lograr armonizar a sus correligionarios, la convención no dudará en expulsarlo, aunque estamos seguros que de suceder esa acción, el excandidato no tardará en salir a sumarse a las filas del partido que está organizando el “Salvador del mundo”, pasando como dice el refrán popular, de zapato a caite.

Por su forma altanera de conducirse no se querrá quedar uniendo el partido, que por su culpa se encuentra en estos momentos despedazado (aunque algunos de sus maquiavélicos seguidores culpan al gran Partido Nacional). Si su aspiración es volver a convertirse en candidato a la Presidencia ¡morirá engañado! Tiene que actuar sin la soberbia que lo ha caracterizado en sus últimas intervenciones públicas y renunciar a la presidencia del Consejo del Central Ejecutivo del histórico y gestor de tantas batallas triunfantes, de lo contrario será el primer dirigente máximo defenestrado y saldrá como los canes cuando se enfrentan a un monstruoso rival “con la cola caída en veloz carrera emitiendo aullidos lastimeros”.

Pensando única y exclusivamente en nuestra patria que siempre es digna de mejor suerte, queremos a nuestro rival histórico con una cohesión sólida entre sus militantes y que su candidato deponga sus intenciones personales, para darle prioridad a las necesidades del pueblo, sin permitirle a ningún aventurero la intención de cambiar nuestro sistema democrático. De todos es conocida la capacidad académica del señor Orlando Z. Medrano, pero en política se ha comportado como un neófito incompetente, que podría mejorar después de varios años de compartir con las bases y las milicias eternamente jóvenes.

Las instituciones políticas de nuestro país en los últimos años han sido víctimas de experimentos, sobre todo alentadas por los grandes contribuyentes como la empresa privada, que siempre se cobra con creces sus aportaciones y uno que otro personaje que ha buscado pagar protección para continuar con sus actos delincuenciales, situación que debe cambiar de tajo porque de nuevo repetimos, no queremos “dictadores” productos de “bochinches callejeros”. Nuestras próximas elecciones tienen que manejarse en paz, con los mejores líderes al frente de los partidos políticos (sin antecedentes penales ni sospecha sobre su honorabilidad, con experiencia y comunicación entre sus parciales, aunque no vistan la toga y el birrete) para lograr el desarrollo tan ansiado y la paz y tranquilidad que merecemos todos.

Renovemos la credibilidad del pueblo en sus autoridades gubernamentales, haciendo las enmiendas necesarias, como se están ejecutando en el Registro Nacional de las Personas, mejoremos nuestros controles electorales, devolvámosle a los contribuyentes sus impuestos en obras sin sacrificios continuos, para que los enemigos de la paz no se aprovechen de los pobres, induciéndolos a la violencia como estrategia para alcanzar el poder y aumentar sus propias fortunas que es su única y exclusiva meta. ¡Adiós Luis! Le deseamos suerte en su nuevo partido o en su trajinar por el camino de la instrucción universitaria, enseñándole al pueblo a no vender el voto, porque hasta el día de hoy, es inevitable hasta con el más sofisticado procedimiento para ejercer el sufragio.

De rodillas solo para orar a Dios.