DEL BORRÓN Y CUENTA NUEVA

HASTA donde pudimos encontrar cifras, la deuda externa del país si no equivalente ya va acercándose a los niveles de endeudamiento que se sufría antes de la condonación. O sea que el perdón de las jaranas le ha dado a todos los gobiernos, a partir del borrón y cuenta nueva, recursos extraordinarios que debieron ser utilizados en inversión social. Cosa que no sucedió ya que el Plan de Reducción de la Pobreza, elaborado en consenso con las comunidades –o sea los proyectos destinatarios de esos recursos para la inversión humana–, nunca se ejecutó. La condonación funcionó de la siguiente manera. El país quedó exonerado de pagar el capital y los intereses, en concepto de servicio de la deuda. Este monto en el presupuesto representaba casi una cuarta parte de los ingresos fiscales que eran destinados, en aquel entonces, a la amortización.

Esa gigantesca cantidad de recursos, libres en el presupuesto para invertir en el desarrollo humano, tuvieron otro destino completamente alejado de su intención original. Triste que hayan sido dilapidados en gasto corriente y en subsidiar el derroche del consumo en combustible. Pero no solo eso. Una vez el país se liberó de toda la deuda, quedó elegible, otra vez, para volver a pedir prestado. Claro que preferiblemente préstamos concesionales; pero de allá para acá inicia nuevamente la carrera de endeudamiento. Esos recursos, más las remesas, son lo que sostienen la economía nacional. Ambos fueron avenidas de oportunidad que se le abrieron al país después de ser azotado por aquel demoledor huracán. El gobierno al que le tocó lidiar con uno de los siniestros más desastrosos del siglo pasado, gestionó el TPS para los compatriotas residentes en los Estados Unidos y una moratoria a las deportaciones. Con esa estabilidad –tanto de albergue como de trabajo– los hondureños inmigrantes comenzaron a enviar remesas que ascendieron exponencialmente a los niveles que se reciben ahora. Igual con el perdón de la deuda. No solo fueron los millonarios fondos condonados, sino la posibilidad del país de volver a pedir prestado.

Todos esos préstamos que le conceden a Honduras, los bancos de desarrollo y la cooperación internacional, los recursos frescos con que cuenta para poder hacer inversión pública y cubrir los baches presupuestarios, solo fueron posibles a raíz de que el país quedó libre de deuda externa, que le permitió volver nuevamente a enjaranarse. “La deuda pública externa y privada de Honduras alcanzó los 8,524,3 millones de dólares a mayo de este año, lo que equivale al 29,6% del Producto Interno Bruto (PIB). El saldo de la deuda hondureña creció un 5% en los primeros cinco meses del 2018 con relación al mismo período del año pasado, cuando alcanzó los 8,113,2 millones de dólares”. “El informe del BANTRAL detalla que, del total, 7,132,3 millones de dólares (83,7%) corresponden a la deuda externa, que registró un aumento del 3,5% a mayo con relación al mismo período del año pasado, cuando sumó 6,892,2 millones”. Vienen estas reminiscencias, a raíz de estos tupidos aguaceros que han azotado regiones vulnerables de la geografía nacional. Solo como un aviso que fueron tempestades pasadas las que, amén de la calamidad, abrieron la ventana de oportunidad al angustiado país. Que mejor le hubiese ido si todos estos recursos hubiesen sido invertidos adecuadamente.