Apuntes para un diagnóstico

Por Juan Ramón Martínez

El Partido Liberal no atraviesa por su mejor momento. Pero no hay que creer que, está en condición de agonizante. Sus dolencias son de cuidado; pero puede recuperarse. En el pasado, ha estado en situaciones más graves que la actual. Y pudo sobreponerse. La guerra de 1903, fue una expresión de la ruptura del Partido Liberal, caracterizada por la confrontación entre dos caudillos: el presidente Sierra y el general Manuel Bonilla. Las diferencias entre ambas facciones liberales, se dirimieron en el campo de batalla, desafortunadamente. Y la revuelta de Bonilla terminó, al final, con el surgimiento del Partido Nacional, que con sus primeros tanteos en 1919, le permitió a Carías constituirlo, cuatro años después, en 1923. Tampoco puso punto final a sus días, la revuelta de Policarpo Bonilla, en ese mismo año, cuando lo dividió, creando el Partido Liberal Republicano, para oponerle al oficial que propiciaba la candidatura de Juan Ángel Arias. En este caso, la muerte de Policarpo Bonilla, le permitió al Partido Liberal salir del trauma y ganar las elecciones para volver a gobernar en 1928. La diferencia ahora es que, desafortunadamente, Zelaya Rosales goza de buena salud.

Por supuesto, lo anterior no significa que los síntomas que muestra el PL, no sean de cuidado. Claro que sí. La confrontación entre Luis Zelaya y Carlos Flores, es un síntoma. Más que la raíz del problema, constituye la continuación de la división creada por Zelaya Rosales, –hijo del caudillo cachureco y rural al que, Rodas convenció, para así poder ganarle a los nacionalistas en el departamento de Olancho–, cuya finalidad es dejar atrás al Partido Liberal y, respaldado por universitarios y líderes populares, ganar las elecciones y hacer la revolución. Lo fracturó bajo una bandera socialista que lo alejó, definitivamente, del llamado gonfalón rojo, blanco y rojo. Zelaya Rosales al no poder empujar al PL por la deriva continuista, de origen conservadora y cachureca, dejó al partido que lo había llevado al poder, más allá de sus méritos, maltrecho y muy dañado. El problema ahora, es la nostalgia de algunos liberales, a la espera del regreso imposible, que les ha provocado el peor mal de su historia. Zelaya no volverá, ni siquiera entregándole las banderas del Partido Liberal que, ya no son útiles para sus proyectos revolucionarios y populistas. Él anda en una honda diferente, contrapuesta al liberalismo.

Ante los problemas actuales, se nos ocurren algunas ideas. La primera de ellas es que el Partido Liberal debe volver a su rico pasado, de forma que su identidad no esté forjada por su confrontación con el Partido Nacional, sino que, por sus principios doctrinarios, su rica historia y, por la consideración que el liberalismo como doctrina económica y política, es útil y necesario para enfrentar los problemas de Honduras. En segundo lugar, deben conciliar el individualismo, consecuente con su doctrina, con la creación de una instancia partidaria disciplinada y coherente, con capacidad de moverse en el escenario político, aprovechando las oportunidades.

En tercer lugar, debe renunciar al caudillismo que le afecta en lo más profundo de su sensibilidad. Por ello, antes que andar buscando candidatos, –o peleando por candidaturas prematuras– tienen que reconstruir al partido desde sus bases, de abajo hacia arriba, de modo que deje de ser propiedad de capitalinos, para volver a ser un partido policlasista, instrumento de sus bases, legítimas y autorizadas. Para desde allí, configurada la estructura partidaria, buscar el candidato que, nunca es lo principal en un partido democrático, como ha sido el Partido Liberal. Un buen partido, que representa los intereses de la población, puede ir a elecciones con un mal candidato y ganarlas. O perderlas, con el mejor de los suyos. En el segundo de los casos, perdió las elecciones con Bueso Arias, el mejor candidato que ha tenido. Pero las ganó con Suazo y “Mel” Zelaya que no fueron los mejores prospectos, dicho sea de paso.

Ahora bien, el Partido Liberal requiere de una cabeza fresca que lo dirija. Luis Zelaya, vacilante y dubitativo, rencoroso y profesoral, purista y muy dependiente del exterior, no es el hombre para sacarlo adelante. Una convención para buscar un nuevo liderazgo, que reduzca la temperatura actual, es posiblemente, la primera medicina que hay que darle al PL, para que empiece su pronta y urgente recuperación.