AGUA, LODO Y LOS CICLONES

DESPUÉS de semanas de grosero racionamiento de agua potable en la capital, ahora que las lluvias alimentaron las represas, el agua que echan a las tuberías, es más frecuente. Solo que no es potable. Viene con un color café intenso, tirando a chocolate, llena de tierra sedimentada que, a no dudarlo, propagará las enfermedades gastrointestinales. Obviamente que no debe tomarse. Está contraindicada para beber, aun hirviéndola. No se recomienda tampoco para lavar ya que lejos de sacar la inmundicia de la ropa quedará más mugrienta. Quienes la usen para bañarse, saldrán con más costra de la ducha de cómo entraron. Quizás, metiéndola en baldes y esperar que la tierra se asiente. Que se vaya al fondo para agarrar con paila lo menos sucio de arriba. Así las cosas, unos sufren con el agua al cuello, por que les llueve sobre mojado. Los capitalinos, que antes se quejaban de la escasez –a lo sumo les echaban el agua un par de horas, una o dos veces a la semana– ahora tendrán que lidiar con ese lodo contagioso.

Sin embargo, dicho lo anterior, estos tupidos aguaceros han golpeado duro varias zonas vulnerables del país –con pérdida de vidas humanas y materiales– mientras todavía se mantienen alertas encendidas ya que el riesgo aún persiste. “Según el Centro Nacional de Huracanes se estarían registrando aguaceros con actividad eléctrica asociados con un área amplia de baja presión que está localizada sobre el suroeste del mar Caribe. Se espera que este sistema se mueva cerca o justo fuera de la costa al norte de Honduras”. De convertirse en depresión tropical repetirían los fuertes chubascos. Causaría nuevas inundaciones ya que los ríos azolvados rápido se desbordan. “De acuerdo al Centro Nacional de Estudios Atmosféricos, Oceanográficos y Sísmicos (Cenaos) de COPECO, la interacción de ese fenómeno en el Caribe con la Zona Intertropical de Convergencia, estaría fortaleciendo otro sistema de baja presión en el Pacífico centroamericano migrando desde el suroccidente de Nicaragua hacia las costas de El Salvador”. Los altos niveles de saturación del territorio nacional llama a los pobladores en esas comunidades damnificadas a que observen la mayor cautela. Es para dormir con un ojo cerrado y el otro abierto. Hasta ahora, por designio de la Providencia, se han capeado las amenazas de un ciclón como ese huracán Michael que acaba de azotar el Estado de la Florida.

Allá hubo llamados voluntarios de evacuación. Pidieron a unas 375 mil personas que dejaran sus hogares, sin embargo muchos optaron por no hacerlo. Los vientos de más de 155 millas por hora barrieron algunos poblados por completo. Las unidades de rescate y las brigadas de socorro andan todavía en busca de desaparecidos. Temen lo peor, familiares que no han podido comunicarse con los suyos. Han muerto unas 18 personas. Michael tocó tierra como huracán categoría 4. De los siniestros más destructivos del siglo pasado que desarmó la geografía nacional en cientos de pedazos incomunicados, fue uno de categoría 5. Cientos de compatriotas fallecidos y 1 millón 800 mil damnificados. Desintegrándose como tormenta tropical fue uno de los huracanes que mayor cantidad de agua acumuló durante las varias semanas de continua actividad demoledora y de aguaceros imparables. Ahora que se pasa por días duros del reciente mal temporal, siempre hay que rogar que no se repita semejante aflicción, como aquella pesadilla.