Distorsión de la realidad y oposición

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Cierto día del año 2012, si la memoria no me traiciona, escribí un artículo titulado “El diario de Dana Frank” en referencia a las críticas que sobre Honduras vertiera la profesora de Historia de la Universidad de California, Dana Frank, después de los acontecimientos de junio del 2009 que terminaron con la expulsión del poder del presidente Manuel Zelaya Rosales. La reseña la hice en base a los escritos ciertamente malintencionados de la historiadora norteamericana, que -como muchos periodistas y escritores de izquierda-, en reiteradas ocasiones aprovecha los espacios para reprochar el funcionamiento de las instituciones hondureñas, a partir de argumentos más emparentados con el amarillismo, que con el testimonio científico de quien escarba sistemáticamente la realidad de un país. Y no se trata de exculpar a las instituciones hondureñas donde la corrupción galopa en solitario, sino porque, utilizando perversamente el vademécum revolucionario, la crítica progresista del patio, se empecina en revivir los fantasmas del pasado mostrando a Honduras como si se tratara de un sistema fallido, merecedor de una bizarra intervención internacional.

Lo mismo ocurre con la red televisiva Telesur, órgano oficial del bolivarianismo venezolano, y con otros medios de comunicación que se editan en los principales portales alrededor del mundo. No reprendo la postura de estos medios por cuestiones ideológicas, ni porque crea que se trata de prensa de escasa calidad, por lo que reitero mi incomodidad como hace seis años, sino porque aún guardo cierta dosis de patriotismo, y porque, tras la pantalla del desprestigio local e internacional, se esconde un aparato colosal de ideas absurdas que falsea malévolamente la realidad de nuestro país. Los noticiarios y columnas, según puede apreciarse, están desprovistos de la objetividad que posibilita el análisis de los escenarios políticos y sociales de nuestro contexto, que solo pueden lograrse tras un proceso de investigación de profundidad sociológica.

Desde luego que a ese fenómeno peligroso se suman entusiastamente los líderes de la oposición política que buscan, a toda costa, crear confusión en la sociedad y ganar prestigio en esa espinosa carrera por alcanzar el poder. En días recientes, se pudo apreciar a través de la red de Telesur, un reportaje sobre Salvador Nasralla, en el cual se reseñaba, sintéticamente, el camino que éste había recorrido desde el momento en que se lanzó a buscar infructuosamente la silla presidencial. La crónica está plagada de referencias de dudosa extracción, de fuentes de información no fidedignas, carentes de la profundidad que exige un buen planteamiento político. Buena parte de toda la difusión dirigida con alto grado de morbosidad, se rellena con testimonios de militantes que permanecen en las calles en son de protesta, o bien proviene de indagaciones cuyo surtidero principal son, miembros de ONG y de organizaciones englobadas en el mundillo del financiamiento extranjero.

Y esto resulta peligroso desde el punto de vista de la imagen de país –ya bastante alicaída por cierto frente a la comunidad internacional-, sobre todo por la influencia anímica que esto implica en los países donantes y en los inversionistas que quieren apostar su capital en nuestro suelo.

Lo que no han estimado los políticos como Nasralla, es que un líder no puede prestarse a ser comparsa de los medios extranjeros que distorsionan la realidad de nuestro país, porque estos maquinan en la consciencia del público, ideas distorsionadas y fantásticas más emparentadas con las películas de Hollywood que con la realidad presente. Y eso resulta peligroso para sus aspiraciones inmediatas y para el logro de sus objetivos políticos.