Con el sudor de su frente

Por: Julio Raudales

La gente no espera del gobierno bolsas con comida, ni sonrisas fingidas, ni palmadas en la espalda. Ni siquiera un sobre con dinero regalado. Puede aceptarlas, pero no es eso lo que desea. La gente necesita dignidad; que no insulten su inteligencia, que se le humanice. Dicho en el puro lenguaje de la ciencia social: la gente necesita trabajo.

Pero es precisamente lo que se le ha negado. Al no enfocar el gasto público en un sistema educativo de calidad y con cobertura total; al no diseñar y echar a andar un esquema de salud que prevenga enfermedades e incentive un entorno aséptico en su hogar, que se complemente con una red de clínicas y hospitales públicos dotados de personal bien pagado y dispuesto a dar la mejor atención posible, con medicamentos oportunos.

Al negarse sistemáticamente a invertir para mantener una infraestructura vial y de servicios públicos como electricidad, puertos y otros elementos logísticos, consecuente con la demanda de los productores, para que estos se animen a buscar financiamiento y asistencia, de manera que se abran más y mejores puestos de trabajo.

Y también, al desconocer que el papel clave de un gobierno, no importa su tinte ideológico o su manera de hacer las cosas, es asegurar que los acuerdos sociales se cumplan, que las reglas se respeten y que por tanto haya confianza plena en que las transacciones que se realizan reflejan el costo de producción y el beneficio a obtener de los bienes y servicios que se compran y venden, lo que los gobiernos han logrado en los últimos 40 años, es llevar la frustración de la gente al límite del hartazgo.

Poquito más de 9 millones de personas, dice el INE, vivían en Honduras en mayo de este año. De ellos, unos 4.4 millones, es decir la mitad, trabajan o están dispuestos a hacerlo. La otra mitad es la población infantil, la juventud que estudia a tiempo completo, los mayores de 65 años y una buena cantidad de gente mayor de 18 años -casi 2 millones- cuyo desaliento les ha quitado las ganas de integrarse al mercado laboral. A ellos, los especialistas les llaman “inactivos” y los medios los conocen como “ni-ni”.

Pero quiero referirme ahora al mercado laboral, es decir, a esos 4.4 millones que sostienen al resto. También se les llama, Población Económicamente Activa (PEA). Son casi tantas mujeres como hombres. De ellos, más o menos la mitad trabajan por un salario, el resto lo hace por cuenta propia, ya sea porque son propietarios de una empresa, unos 200 mil, o porque se van buscando la vida haciendo trabajos de lo que salga.

De los 2 millones y un poquito más que trabajan por un salario, unos 900 mil ganan el salario mínimo o menos. Sí, en Honduras hay muchos patronos que no pagan el mínimo. El resto tiene un ingreso promedio de 18 mil lempiras mensuales. La ventaja de ser asalariado es que se goza de algunos derechos sociales para la familia. Están afiliados a la seguridad social, pueden organizarse en sindicatos y las leyes les otorgan derechos a reclamar si se sienten agraviados.

Los otros 2.2 millones que trabajan por su cuenta, lo hacen en su mayoría por un ingreso tan raquítico que termina por desalentarlos y buscar como alternativa irse del país o simplemente dejar de trabajar para involucrarse en cualquier tarea. También nos dice la estadística, que hay más o menos 300 mil compatriotas que andan buscando trabajo sin posibilidad de encontrar (desempleo abierto).

Ante esta realidad, no debería extrañarnos entonces que, de cada 100 hogares, 60 persistan en pobreza sistemáticamente desde hace 30 años. Que, de ellos, 40 no consigan ingresos ni siquiera para comer (pobres extremos). Tampoco debe sorprendernos que se nos considere uno de los países más violentos del mundo y que por supuesto, tanta gente piense que lo mejor que puede hacer es irse.

La gente no quiere más limosna. La gente lo que quiere es sudar como Dios manda. Trabajar para ganar bien, para poder llevar comida y bienestar a los suyos sin tener que agradecer más que a la vida por la oportunidad y la fuerza para trabajar. La gente no quiere irse, quiere vivir mejor y eso no se logra con bolsitas, bonos, ni fogones. Eso se logra usando bien el presupuesto y, sobre todo, respetando las reglas, llámense Constitución, leyes o acuerdos verbales. El que tiene oídos, oiga.

Economista y sociólogo, vicerrector de la UNAH y presidente del Colegio de Economista de Honduras.