Lolita celebra un siglo de vida

Por Óscar Lanza Rosales
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¡Los Lanza de El Hatillo estamos de fiesta! Nuestra tía, Salvadora Lanza de Zepeda, Lola para sus sobrinos, Lolita para sus vecinos y amistades, cumple sus 100 el próximo viernes 9 de noviembre, rodeada del cariño de sus hijos, nietos, familiares y amigos.

Para los Lanza, esto es un acontecimiento, porque de ocho hermanos que había en la familia de mi papá, tres han llegado prácticamente al siglo. A Chico y Minguita solo le faltaban unos cuantos meses. Y lo bueno es que han llegado lúcidos, relativamente bien físicamente e independientes.

Ahora que están de moda libros con las recetas para llegar a los 100 años, les voy a contar su historia, para que ustedes amigos lectores, saquen sus propias lecciones –que como dice mi primo Goyito Elvir– “ella ha sido un ejemplo de vida, muy querida por toda su familia y amistades”.

El primer secreto de Lola, es que ha vivido plenamente su vida. Nació en El Hatillo, y lo disfrutó en su niñez y juventud, cuando este lugar era una aldeíta, llena de pinares, sábanas verdes y arrayanes; con una flora y fauna riquísima, y los alegres zorzales del mes de mayo.

Además disfrutó El Hatillo de tres maneras. Trabajando, divirtiéndose y sacándole provecho a la naturaleza. Se entregó de lleno a ayudarle a su mamá, a elaborar y hornear aquel pan rico de yema, para deleite de los vecinos y los visitantes, que lo saboreaban con una exquisita taza de café. Trató muy de cerca a asiduos clientes como don Julio Lozano y su esposa Laura, los Pratts, Gómez Robelo y los Marchetti, entre otros.

También le dio por costurar y bordar. Le confeccionaba vestidos a las sobrinas, entre ellas, a María Elena.

Con sus hermanos y mi madre disfrutó las fiestas patronales del lugar, que se alargaban hasta por quince días, con bailes al ritmo de música de cuerda, marimba o las famosas vitrolas. Amiga de las peregrinaciones, montando a caballo, a visitar el Cristo Negro de Morocelí, y los paseos festivos a los lugares circunvecinos como Santa Lucía y la Villa de San Francisco, entre otros.

Como no había agua potable, ella participaba con sus amigas y parientes, de los baños en las abundantes posas, quebradas y arroyos, que había en El Hatillo, pero para soportar el frío y el agua helada, también compartía ligeras bebidas espirituosas.
Se casó hasta los treinta años –porque no quería dejar sola a su mamá– con Pedro Zepeda, su vecino. Gran futbolista y bailador, y un conductor de primera.

Lola y Pedro formaron un bonito hogar, procreando dos hijos: Jorge (QEPD) y Pedrito. Ella descubrió en el matrimonio dos cosas, que era una excelente ama de casa y como dice el dicho, que el amor entra por la cocina. Y su casa, alquilada o propia, siempre la tenía muy ordenada y nítida, con su pequeño jardín y fogón bien blanquito.

Gloria, su sobrina e hija adoptiva, la describe “como una mujer noble, solidaria, de muy buenos sentimientos, que le ayuda a la gente que tiene problemas, y quien la visitaba, nadie se iba sin comer. Le tocó en la vida un esposo muy bueno, que nunca protestó. En su casa se crearon 7 personas, sus hijos y sobrinos, algunos huérfanos. Al principio todos los sobrinos que venían a estudiar a Teguz, venían a su casa. Fue una excelente administradora, siempre tenía su dinerito, lo administraba muy bien. Le gustan las cosas correctas y le disgustan las mentiras. Es cariñosa y de buen corazón, por eso creo que Dios le ha extendido su vida. De vez en cuando enojada, mandona, y celosa con su marido, pero siempre muy atenta con él, aunque estuvieran enojados”.

Gerardo, otro sobrino que se crió con ella, dice “que se sentía como en su propio hogar; no había diferencia en cuanto al trato humano y cariño que ella, le daba a sus hijos”.

Su hobby ha sido la cocina, sus guisados, especialmente su delicioso tajo relleno, la carne asada y sus burritas de todos los domingos.

Ferviente católica, muy devota de la Virgen de Suyapa y del Cristo de Esquipulas.

Pedrito, su hijo, la describe “como una mujer con mucha fortaleza, no llora fácilmente, solo que sus penas sean muy profundas. Una madre muy amorosa”.

A mí me salvó que mis padres me pusieran los nombres del almanaque Bristol: Ciriaco o Dionisio. Ella sugirió el Óscar.

Lola: Disfrute sus cien años; es una bendición para usted y todos los que la queremos. ¡Salud!