Aumento de tensiones

Por Juan Ramón Martínez

Aunque por momentos pareciera que el desacuerdo político mostrara –de repente– que aumenta la gresca y se incrementan los enconos. Después del 13 de octubre pasado, en que la movilización mediática de la caravana de San Pedro Sula, mostrara las debilidades estructurales del país, aumentaron los desacuerdos entre los grupos políticos que disputan por el poder y los enemigos de Honduras, aprovecharon para desprestigiar al país y a sus habitantes, habíamos creído que empezaba un leve reacomodo. Y que, en vez del tema político y la disputa por el presupuesto, iniciaríamos una discusión sobre los problemas estructurales del país: escasa velocidad del proceso económico, redistribución del ingreso para reducir la desigualdad, disminución del tamaño del gobierno y el diseño de una política exterior prepositiva. Pero no ha ocurrido así. La MACCIH, en un estilo ineficiente, probado anteriormente, volvió a aumentar los enconos en el interior del Partido Nacional. Libre, agudizó sus desacuerdos con Nasralla. Y Orlando Zelaya, desde el exterior, ha bombardeado al gobierno que no deja “tranquilo” siquiera para cumplir con sus deberes elementales con respecto a la satisfacción de las necesidades populares. La Plataforma Ciudadana, con escasa fuerza, ha “exigido” la renuncia de JOH. Y en la medida en que la caravana de San Pedro Sula se encamina a la frontera, empiezan a desarrollarse historias truculentas –que se llevan de encuentro el honor de las personas y el prestigio de la nación– como justificación, para obtener asilo en los Estados Unidos. El fantasma de un retroceso violento de los inmigrantes que avanzan hacia el norte, es una posibilidad, cuando Trump ha anunciado que, el que entre ilegalmente a Estados Unidos, inmediatamente será expulsado hacia Honduras. Con lo que la problemática nacional, se complicará, porque estos retornados difícilmente se acomodarán, por más ofrecimientos que se les haga. Los tomarán y dentro de unos días –con mayor conocimiento de la ruta– lo intentarán de nuevo, aunque sin la presión mediática que, en términos generales, pareciera que operara en su contra, en la medida en que, ha alertado al sistema defensivo de los Estados Unidos que, ha tipificado como amenaza, su ingreso al territorio estadounidense.

Además, hay en marcha una campaña para usar el juicio del asesinato de Berta Cáceres, como una forma para presionar a los tribunales; buscar apoyo internacional y desprestigiar al sistema jurídico nacional e incluso, involucrando –como lo ha hecho un periódico mexicano que se edita en Guadalajara– al gobierno del país y, especialmente, al titular del Ejecutivo.
País pequeño; pero complicado, es muy difícil que salga adelante, especialmente cuando las autoridades del Ejecutivo, tienen que iniciar negociaciones con el FMI; enfrentar la decisión del Congreso que, volviendo por sus fueros, recrea el Fondo de Desarrollo Departamental, mostrando una unidad de todas las fuerzas allí representadas que ya quisiéramos para manejar otras dificultades más serias y profundas que enfrenta el país.

Hace algunos años, cuando enfrentábamos dificultades tan complejas como las actuales, teníamos dos puntos de referencia: la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas. La primera ha sido rechazada políticamente, descalificando de entrada, la útil participación del Cardenal Rodríguez, cuyo efecto moderador era obvio, aceptable y conveniente. Los evangélicos no tienen talante; ni prestigio, para ocupar su lugar. Las Fuerzas Armadas eran un punto neutral, alrededor del cual pactar acuerdos laboriosos, en que todos los enfrentados, deponían pretensiones y prevalecía el objetivo nacional. Ahora las referencias, son externas (OEA y Naciones Unidas). Que no gozan del respeto general. Los errores verbales de Almagro sobre las elecciones y la incapacidad de la ONU, para forjar las bases de un acuerdo, descalifican a las dos organizaciones.

Nos queda la lucha fratricida. O el acuerdo racional. En que, sin la intervención externa y fuera del escándalo mediático, los políticos establezcan acuerdos saludables, para asegurar la paz y la tranquilidad. De forma que podamos superar la discusión política por un tiempo razonable, para proyectar una imagen de mayor respeto hacia lo externo. Y en lo interno, atraer la inversión extranjera, para mejorar el empleo y aumentar la capacidad de ingreso de las familias hondureñas que, ahora, sobreviven de milagro. Sé que es mucho pedir. Pero de repente, todos sin excepción deben saber que, cuando todo se nos venga encima, nadie saldrá indemne en la destrucción del país.