LO DICHO Y LO QUE NO DIJERON

ESTUVO y ya se fue la misión del tata fondo (FMI) que vino acompañado de sus tías las zanatas, a evaluar el comportamiento de la economía hondureña desde la consulta del Artículo IV de mayo del 2018 y las perspectivas a mediano plazo. No dijeron si acorde a lo que escucharon, vieron y encontraron vayan a recomendar allá en Washington que haya acuerdo, aunque la declaración emitida no descarta que lo haya. ¿Qué otras medidas, aparte de las que ya están en vigor, pudieron haber sugerido a las autoridades económicas en sus pláticas para alcanzarlo? Eso es lo que no se sabe. La escueta manifestación, sin embargo, ni las anuncia ni las descarta: “Las condiciones macroeconómicas siguen siendo sólidas y se prevé que el crecimiento sea estable en los próximos años”.

Tocan lo concerniente a la deplorable situación financiera en que se encuentra la ENEE, pero no expresan sentimiento alguno sobre si se dan por satisfechos con esa drástica subida de las tarifas –que llegó como aguinaldo navideño a los consumidores en los últimos recibos– o si eso solo es el comienzo. Apenas sugieren que “la posición fiscal sigue anclada por la Ley de Responsabilidad Fiscal, y se están implementando medidas para contener la situación financiera de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica”. Una sutil advertencia, empero: “Se espera que en 2018 el déficit del sector público no financiero permanezca debajo del techo de 1.2% del PIB previsto en la ley”. Sin mencionarlo –pero contrastando que en el 2017 hubo “rápido crecimiento”– se resignan a que este año la actividad económica haya desacelerado en relación al año anterior. “Se espera que la actividad económica alcance 3.5% este año, cercano a su tendencia” aducen, lo que corresponde a la media regional. Este módico crecimiento, por supuesto es mucho mejor que las cifras de crecimiento débil y hasta negativo en algunos casos, debido a la mala situación de muchos otros países del entorno latinoamericano. Por lo menos toman en consideración que parte de la recaída tiene que ver con factores exógenos: “En un contexto de precios del petróleo elevados, la inflación interanual a octubre fue de 4.7%, dentro del rango meta de inflación del Banco Central de 4±1%”. La siguiente observación es la que inquieta: “Se proyecta que en 2018 el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos sea de 3.2% del PIB en un entorno de menores términos de intercambio como resultado de la caída en los precios del café y el aumento en los precios del petróleo”.

Hasta ahora la pérdida del valor del lempira ha sido más rápida a lo deseable, pese al crecimiento en los ingresos por remesas familiares. Otra vez, motivado por los precios de extorsión que el odioso cartel cobra por el crudo y la caída de los precios del café. La desgracia estriba en que los países productores de café, lejos de moderar las cantidades que exportan para obligar a los consumidores a pagar mejores precios, como hace la OPEP con el crudo, pelean entre ellos a cual exporta más, inundando el mercado y contribuyendo a que los precios se desplomen. Así que si no se equilibran los déficits comerciales, no hay duda que las aves agoreras quieren meterle el pie al acelerador de la devaluación. Lo que sería inaceptable, ya que al encarecer todo lo importado –considerando que más de la mitad de la demanda local se suple con lo que se trae de afuera; materias primas, esencialidades, alimento, vestuario, gasolinas, materiales para la construcción– se dispararían los precios. Se golpearía aún más el bolsillo popular, algo con lo que hay que ver con sumo cuidado, ya que el amable público anda de mírame y no me toques. En la despedida solo acordaron “continuar conversaciones”. Nada dijeron de crear fuentes de empleo o de cambiar este modelo extractivo por uno que cree riqueza, incentivando la producción e incrementando la oferta en vez de asfixiar la demanda de subsistencia.