NO LO VAYAN A DESBARRANCAR

AHORA que estuvo de visita una misión del tata fondo (FMI) acompañada de sus tías las zanatas, hubiera sido propicio que todos esos personajes con quienes platicaron hubiesen abordado lo que el país adeuda. Decimos lo anterior porque de la escueta declaración pública ofrecida por el jefe de la misión, se intuye que en el sigilo de las conversaciones exigieron pegarle otro brusco empujón al indito desplumado. A ver si con eso lo desbarrancan del Congolón. Esta es la observación que inquieta: “Se proyecta que en 2018 el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos sea de 3.2% del PIB en un entorno de menores términos de intercambio como resultado de la caída en los precios del café y el aumento en los precios del petróleo”. Eso traducido de la jerga de la burocracia internacional al castellano, significa que estarían presionando por una devaluación más apresurada, a la pérdida del valor del lempira que hasta ahora ha ido más rápido de lo deseable.

La vaina, si la autoridad monetaria se deja torcer el brazo, es que las cifras escalofriantes de la deuda externa que se manejan, automáticamente suben cada vez que el lempira se deprecia. Eso significa que solo por obra y gracia de la conversión monetaria, el fisco debe aflojar más lempiras por el mismo monto de lo que adeuda en dólares, como pago al servicio de la deuda y al capital. “Solo la deuda externa suma 6 mil 718 millones de dólares, equivalente a un 27.8 por ciento del PIB. (La deuda pública, sumando la interna como la externa –como para poner los pelos de punta– ronda el 48% del PIB). Lo otro que contribuye al deterioro de la balanza comercial, aparte de la mala situación con Nicaragua, único país centroamericano con el que teníamos superávit, es menores montos percibidos por exportaciones y lo caro del crudo que se importa, pese al crecimiento en los ingresos por remesas familiares. Otra vez, motivado por los precios de extorsión que el odioso cartel cobra por el crudo y la caída de los precios del café. La desgracia –como decíamos ayer– estriba en que los países productores de café, lejos de moderar las cantidades que exportan para obligar a los consumidores a pagar mejores precios, como hace la OPEP con el crudo, pelean entre ellos a cuál exporta más, inundando el mercado y contribuyendo a que los precios se desplomen. Mayor flexibilidad en el tipo de cambio sería inaceptable. Eso encarece todo lo importado. Y si al país hoy le cuesta generar fuentes de empleo por todas las trabas a la inversión y lo pesado de la carga impositiva a la iniciativa privada, ni imaginar lo peor que pueda pasar si incrementa el costo de las materias primas a la industria, los insumos a la producción, materiales de construcción, entre los cientos de artículos que vienen del extranjero.

O lo que ello puede ocasionar en el ánimo del amable público que ya anda de mírame y no me toques, con golpes adicionales al bolsillo popular, cuando le incremente todo lo que compra en el comercio traído de afuera, alimentos, vestuario y otras esencialidades. Ya días que insistimos que ese modelo extractivo de las aves agoreras dirigido a ahogar la demanda de subsistencia no funciona. Lo que el país ocupa es incentivar la oferta de bienes y servicios. Estimular la producción. Reducir los costos de operación a los generadores de empleo que mueven la actividad económica. Los desequilibrios pueden corregirse por el lado de ahogar el consumo (las medidas que nos meten las aves agoreras) o de reactivar el aparato económico para que haya más oferta disponible. Este último es un modelo generador de riqueza por el que abogamos, para no estar distribuyendo pobreza.