Pastor de soledades Yo aprenderé a escucharte, Jacobo, hermano de mi alma. Garfias

Por Óscar Armando Valladares

De resultas del reciente artículo ofrecido al poeta Jacobo Cárcamo (muerto hace 59 años –no 56– como bien reparó Roberto Bográn), remembré a su amigo Pedro Garfias, el notable aedo andaluz de la generación española del 27, acogido en México desde 1939 como un exilado más del régimen espurio de Francisco Franco. Una suma de circunstancias hubo en su vida personal y literaria que lo relegaron a un segundo plano, aunque desde 1926 –año de su primer volumen “El ala del sur”– había dado a entender sus aptitudes de esteta, en un momento tocado por cierto aire lorqueano: “Las mil manos de la noche/le van desgarrando el cuerpo./Apártate tú, montaña./ Río, desvía tu vuelo./Hincha tu pecho, barranco,/ ábrete, horizonte ciego./Que va el viento tembloroso/de la negra noche huyendo/ hacia los bosques del alba/ brotados de arbustos frescos/ hacia los prados del día/llenos de cauces abiertos”.

La guerra civil, que cobró la sangre de Federico García, hizo de Garfias un hombre comprometido. Se alineó al lado del pueblo español –recuerda Arturo Souto Alabarce–, “se identificó en el frente con los milicianos que libraban lo que ha sido llamada la última guerra romántica”, y esta dura experiencia inspirará, sin duda, su obra más elevada de la que dan evidencia los libros “Poesía de la guerra”, “Héroes del sur” y “Primavera en Eaton Hastings”. Del tercero –escrito en Londres– es este breve pasaje: “Aunque el temblor sonoro se extienda a las estrellas/y perturbe un momento su formación tranquila,/mientras duerme Inglaterra, yo he de seguir gritando/mi llanto de becerro que ha perdido a su madre”.

Deambular por Puebla, Guadalajara, Torreón, Guanajuato, Tampico, el Distrito Federal, experimentar amaneceres melancólicos –y “melalcohólicos”– con Jacobo o sin él, hacían mella en compatriotas y admiradores suyos: “Pocos hombres más metódicos en su propia destrucción que Garfias… Rara mezcla de razón, sin razón e intuición era su vida y su poesía”, Santiago Genovés. “Monterrey era su centro de operaciones. Allí vivía por temporadas… Condenado a ser poeta, era un solitario por naturaleza; cuántas veces lo encontramos elaborando un poema, hablando solo, rumiando palabras, componiendo sus versos a fuerza de repetirlos en soliloquio ensimismado… Alguna vez le pregunté por qué siendo marxista citaba a Dios en sus poemas; me respondió que lo hacía como si Dios fuese otra metáfora más”, Santiago Roel. “Rebelde a toda disciplina, viajero infatigable, recorrió buena parte de la provincia mexicana, en la que encontró buenos amigos y publicó varios libros. Uno de ellos, “Río de aguas amargas”, apareció en Guadalajara y es, ciertamente, de los mejores”, A.S. Alabarce.

“Cuántos no lo recordamos en muchos momentos de euforia, disfrutando de tantas cosas que amaba y a las que se entregaba con pasión contagiosa; pero solo así, momentáneamente. Su constante fue la contraria: el abandono, la desesperación, la soledad”, Luis Rius. “A Pedro lo conocí hace mucho, tanto que yo era un niño. Mi padre fue quien me lo presentó”, Enrique Loubet. “Allí estaba Pedro, lamentable y grandioso, romanceando buenamente como ayer en las trincheras y, finalmente, ofreciendo aquella moneda todopoderosa que no sirve para comprar nada, la poesía, y la llamita creciendo hasta incendiar su cuerpo ya trabajado por la perfidia de los alcoholes, de la nostalgia, del desvelo”, José de la Colina.

En 2017 se cumplió el medio siglo de su fallecimiento, ocho años después del de Jacobo Cárcamo. A las dos patrias que tuvo, encomendó sus afectos: “Qué hilo tan fino, qué delgado junco/ –de acero fiel– nos une y nos separa/con España presente en el recuerdo, /con México presente en la esperanza…/España que perdimos, no nos pierdas;/guárdanos en tu frente derrumbada… Y tú, México…, pueblo abierto/al ágil viento y a la luz del alba…/eres tú esta vez quien nos conquistas,/y para siempre, oh vieja y nueva España”.

Un homenaje que procuró sustraerlo del olvido, se llevó a cabo en Madrid en años ya distantes, a iniciativa azteca. Rafael Alberti –dijo la prensa entonces– “se extendió sobre la obra de Garfias” y evocó las vivencias de ambos antes y durante la guerra civil. Ofelia Guilmain y Fernando Rey, actores en muestra emblemática interpretaron algunos de sus poemas, y la propia voz de Garfias satisfizo al auditorio merced a un disco grabado por la UNAM, la Alma Máter mejicana. “Romance en la soledad” enalteció la comparecencia espiritual del poeta:

“Aquí estoy sobre mis montes/pastor de mis soledades./Los ojos fieros clavados/como arpones en el aire./La cayada de mi verso/apuntalando la tarde./Quiebra la luz en mis ojos/la plenitud de sus mármoles./Tiene el tiempo en mis oídos/retumbos de tempestades./Mi corazón se acelera/sobre el volar de las aves./Vibra mi sien al zumbido/de los vientos y los mares./Y aquí estoy sobre mis montes/pastor de mis soledades”.