Relato de un hijo

José Víctor Agüero Aguilar

El reloj despertador sonó como todos los días de la semana a las cuatro en punto de la mañana, ese fresco amanecer del mes de diciembre a dos semanas de la Navidad, marcarían un antes y después en la vida de Carlos Benjamín, un profesor universitario de matemáticas, de 27 años de edad y padre de dos niñas de tres y dos años que de manera disciplinada invierte 45 minutos diarios para trotar por las desoladas calles de Tegucigalpa, a esa hora de la madrugada.

Desde hace seis años contrajo nupcias con Raquel, quien es dos años menor que él, se conocieron en el colegio y después de un año de noviazgo decidieron casarse. De carácter amable y ponderado se había ganado el respeto y cariño de sus alumnos de noveno grado en el colegio público más numeroso de la ciudad.

Salir a correr me relaja, me da fuerzas y ánimo para atender a mis estudiantes, refiere este talentoso joven de 1.85 metros de altura, quien se graduó a los 23 años con honores en la universidad, en una de las carreras menos apetecidas por los jóvenes, por el temor que le tienen a los números, desde luego que a él le gustaban las matemáticas.

Por otro lado, su madre una humilde vendedora de tortillas no escatimo esfuerzos para que su hijo siguiera estudiando hasta culminar sus estudios universitarios, ver a mi madre levantarse todos los días a las tres de la mañana a moler maíz para hacer tortillas lo tengo grabado en mi mente, lo recuerda con nostalgia.

El paso de los años es irreversible y a sus 85 años la energía de doña Rosa, la mamá de ese jovenzuelo, ha ido menguando, el diagnóstico de un cáncer de mama en su fase terminal ha devastado la vida de su hijo, quien se estremece al ver a su madre postrada en cama, tengo el compromiso de honrarla hasta el último día de su vida, comenta.

Vienen recuerdos desgarradores a la memoria de él cuando desde niño tenía presente cómo mi padre un alcohólico empedernido maltrataba a mi mamá, verle llegar a altas horas de la noche borracho, tirando patadas, gritando y golpeando a mi madre, marcaron mi vida, nunca olvido a mi mama tirada en el suelo recibiendo todo tipo de atropellos por mi enajenado padre.

La desesperación por salir corriendo y sacar a mi mamá de la casa para que no siguiera sufriendo lo tenía claro desde mi corta edad, la angustia, ansiedad y depresión afectaron mi vida emocional y espiritual, me volví un niño introvertido, amargado y resentido con medio mundo y en especial con mi padre, a quien despreciaba y llegué a odiar.

Con el transcurrir de los años la ingesta de alcohol le pasó factura a mi papá, su salud decayó drásticamente y de manera repentina sufrió un infarto fulminante que terminó con su agitada vida, lo que me da más dolor es no haber tenido la capacidad de perdonarle, este episodio marcó mi existencia y desde ahí dispuse rendir mi vida al Señor Jesús y depositar en él todas mis cargas y angustias.

El relato que se ha expuesto es el drama que se vive en muchos hogares, solo el poder transformador del Hijo de Dios podrá sanar heridas, no permita que el odio y la falta de perdón lo consuman, pídale a Jesucristo que le cambie, y transforme, si lo hace estará dando pasos en firme para estar a cuentas cuando Cristo Jesús, descienda del cielo para arrebatar a sus hijos que están haciendo su voluntad y llevarles a un paraíso celestial donde no habrá llanto, dolor, enfermedad ni sufrimiento; apueste por esta crucial decisión mientras esté con vida, mañana puede ser ya muy tarde.