El amigo de la patria en la Casa de Morazán

Por Óscar Armando Valladares

El encuentro espiritual de dos de nuestros prohombres se efectuó el 22 de noviembre anterior, en razón de rememorarse la data natalicia de José Cecilio del Valle. Decía el poeta Pompeyo del Valle que solo en Honduras los muertos “siguen cumpliendo años”, por lo que atencionando al amigo –recientemente fallecido– precisamos el sentido de la efeméride.

La Casa de Morazán, que tutela Carlos Turcios, se vio colmada de un público misceláneo –damas, jóvenes, mayores– llamado a participar en un conversatorio, el cual devino en participaciones desiguales, aunque provechosas, de los expositores Víctor Ramos, Miguel Cálix, Livio Ramírez y Rafael Leiva.

Por espacio de tres horas se habló del prócer Valle en sus facetas diversas: pensador que se carteó con luminarias de Europa y América; estudioso y propulsor de la actividad económica; jurista al que se deben aportes que dieron sus resultados en Guatemala, México y Honduras –esta su tierra de origen a la que redactó y propulsó un avanzado cuerpo constitucional–; honrado funcionario público, a quien le fue hurtada la presidencia de Centroamérica; propulsor, cercanamente afín con Bolívar, de un americanismo particularmente “amerindio”, como después lo postularía el apóstol cubano José Martí:..

De igual manera se aludió al pensamiento no conservador, antes bien consecuente, del “sabio” hondureño; del cuidado que observó en la redacción del Acta de Independencia; de sus desavenencias con la corona peninsular que, como criollo al fin, externó en su periódico “El amigo de la patria”, compatibles con sus posiciones centroamericanistas en la corte efímera de Iturbide; en fin, a la mutua admiración, el recíproco respeto y la coincidencia de ideales que hubo entre él y Francisco Morazán, en campos como la educación, el bien público y la reforma federativa.

Ramírez, en su amplia intervención, leyó un texto del homenajeado, referido al papel del diputado en la Cámara Legislativa, en el cual el decoro, la competencia y el patriotismo se hallan claramente definidos; que en otras circunstancias, sería un ejemplo a emular por la mayor parte de nuestros congresales, extraviados por ambiciones políticas sectarias y, más ahora, comprometidos con la cúpula cesárea del protestantismo en su empeño regresivo de acabar con el principio laicista del Estado hondureño.

Precisamente, la injerencia de la religión en la política oscureció a Centroamérica, apenas independizada, hecho que por escasez de espacio no pudo ser compartido en el encuentro del 22 de noviembre.

Al tomar Morazán la plaza de Guatemala en abril de 1829, las autoridades encabezadas por Francisco Barrundia y Mariano Gálvez ordenaron la expulsión del arzobispo español, Ramón Casaus y de un fuerte número de eclesiásticos subordinados a él, enemigos y opositores del nuevo orden constituido y por ende contumaces odiadores de quien había asumido la comandancia general del “ejército aliado protector de la ley”. Sobre tal enfrentamiento, testimonió el explorador norteamericano John L. Stephens: “Al general Morazán se le acusaba de hostilidad hacia la iglesia” y esa hostilidad “se justificaba” por ser “la iglesia en ese tiempo un paño funerario sobre todas las instituciones libres, degradando y destruyendo el espíritu cristiano, en vez de levantarlo”.

El Padre Reyes y la cúpula católica precedente, no perdonaron nunca la medida tomada y silenciaron la actitud de aquella iglesia derechamente subversiva. De lo que no se percataron es que el decreto que expeditó la expulsión tuvo un elaborador distinguido. El guatemalteco Manuel Coronado Aguilar, anota y reciente el caso: “Lo que acongoja el alma y asombra el pensamiento es que haya sido el doctor don José Cecilio del Valle –¡el sabio Valle!–, el autor material de ese horrendo decreto”. De otro historiador, Modesto Barrios, cita similares términos: “Contrasta saber que el sabio José Cecilio del Valle fue el autor de este monumento de ceguedad y que liberales como Gálvez y Barrundia lo sancionaran”. Coronado Aguilar, argumenta: “Don José Cecilio era hondureño, de pasiones exaltadas, que odiaba a Guatemala desde el día aquel en que liberales lo privaron de su derecho a la Presidencia de la República, y nada más lógico, entonces, que a la primera oportunidad que tuviera, formara una alianza con aquel –con Morazán– que, como hondureño también se erigiera en instrumento acerbo de sus venganzas”…

Enhorabuena a la Casa de Morazán por aproximarnos a Valle, el amigo de la patria, y a avivar sus ojos la oposición parlamentaria ante el pretendido ardid de extender ramos de “Oliva” a la avidez político-partidista de la derecha evangélica.