EL PAN DE CADA DÍA

Honduras ha pasado por momentos difíciles a lo largo y ancho de su historia republicana. Las constantes confrontaciones internas y externas poco después de establecerse el primer Estado hondureño, en el marco de la primera República Federal de Centro América. Los cacicazgos localistas, las escaramuzas y montoneras sangrientas desde mediados del siglo diecinueve, hasta llegar a las primeras tres décadas del siglo veinte. De tal suerte que los respiros históricos han sido escasos, si a todo ello sumamos una economía de subsistencia, agobiada por las plagas, las sequías, la ignorancia, las hambrunas ocasionales y los derrumbes del mercado internacional en 1929; la desarticulación del Mercado Común Centroamericano en 1969; la crisis del petróleo en la década de setenta del siglo pasado; la confrontación de la “Guerra Fría” en el propio patio regional; la devaluación permanente de la moneda; y la más reciente crisis financiera mundial durante el año 2008, que ha tenido severas repercusiones en el acontecer interno. Así que los momentos de bonanza han sido identificables, pero realmente efímeros.

La necesidad de luchar por conseguir “el pan de cada día”, como rezan los “evangelios”, ha sido permanente, tanto en la ciudad como en el campo, desde la perspectiva de una sociedad atrapada en la economía de subsistencia, con una balanza comercial predominantemente en rojo. Esa economía agraria, con cultivos tradicionales como el maíz, los frijoles y el arroz, ha dependido en exceso de las temporadas de lluvia alternadas con sequías focalizadas en ciertas subregiones, pues todavía hay mucho camino por recorrer hasta alcanzar un sistema de riego abarcador y de una actividad agropecuaria científica, tal como se espera de las sociedades modernas.

Apenas la reciente actividad cafetalera y la producción moderna de camarones, ha colocado a Honduras, con un cierto nivel de éxito, en el mercado internacional, con el fenómeno oscilante de las subidas y de las caídas estrepitosas del precio internacional del café. Por cierto que en los tiempos liberal-positivistas del último cuarto del siglo diecinueve, los reformadores intentaron insertar a Honduras en el negocio mundial del café. Sin embargo, los pequeños grupos “capitalistas”, más bien de terratenientes improductivos y de pequeñoburgueses, estaban como incapacitados material y psicológicamente para las producciones cafetaleras en escala. Motivo por el cual, los hipotéticos inversionistas hondureños, se dejaron seducir nuevamente por las antiguas actividades mineras y por una ganadería extensiva (destructora de valles) que al final terminó siendo poco rentable desde el ángulo de los aportes al producto interno bruto. No incluimos la exitosa actividad bananera en la costa norte del país, en tanto que la misma se encontraba en manos de compañías transnacionales, lo que significaba una permanente fuga de divisas, a pesar de que tales compañías fruteras, hay que reconocerlo, eran excelentes empleadoras de la población hondureña en edad productiva.

Apartando lo anterior, la mayor parte de los habitantes de Honduras, involucrados en micronegocios formales e informales, ha subsistido cada día y cada semana, vendiendo sus limitadas cosechas agrícolas a “precios de gallo muerto”; o ejerciendo actividades de vendedores ambulantes, a veces perseguidos, en las más importantes ciudades del país; en los cruces de carreteras y en los caminos reales. De lo que en realidad se trata, sin exageraciones, es de conseguir literalmente “el pan de cada día”, o de cada semana, en forma individual o colectiva.