Gringuito-hondureño es el pase de hondureños a Ohio

Maryuri Serrano estaba embarazada de ocho meses cuando emprendió un viaje de miles de kilómetros que arrancó en Honduras y terminó saltando el muro en la frontera y dando a luz en EE UU.

Maiquel Baruk Ortiz aún no tenía nombre cuando comenzó a recorrer miles de kilómetros. Es un integrante más de la Caravana Migrante que partió en la tripa de su madre el 17 de octubre desde la ciudad hondureña de El Progreso. Su madre, Maryuri Elisabeth Serrano, de 19 años, emprendió embarazada de casi ocho meses un viaje en el que caminaría durante un mes aguantando temperaturas superiores a 40 grados, durmiendo en el suelo y aguantando el hambre. La desesperación por huir de la violencia llevó a Maryuri a unirse a la Caravana Migrante junto a su marido, Miguel Ortiz, de 20 años, y su hijo de dos años, Santiago. “A nadie le dije nada, yo solo me vine”, asegura Maryuri, quien reconoce que viajar con su barriga de ocho meses fue “duro”, porque “la mayoría de las veces nos quedábamos a dormir en las calles”. Esta joven tenía claro que no quería que su hijo naciera en Honduras o en México, por lo que una vez en Tijuana, intentó cruzar con su familia un túnel que le llevaría a

EE UU, si bien la Policía Federal de México se lo impidió y la devolvió a ese país. Lejos de rendirse y a punto de que se cumplieran los nueve meses de embarazo, la joven logró escalar por la noche del 26 de noviembre el muro fronterizo en las Playas de Tijuana y entró ilegalmente en EE UU. “Ese día sí andaba con dolores, pero eran leves”, rememora, al tiempo que explica que agentes de Migración de EE UU la condujeron a un centro de detención de la ciudad de San Diego donde la separaron de su marido. “Al día siguiente, no aguantaba los dolores, si bien los policías me pidieron que me esperara a las dos de la tarde para trasladarme al hospital”, a donde llegó a bordo de lo que denomina la ‘perrera’, que es una furgoneta con rejas.

Veinticuatro horas después, se puso de parto y pidió que los agentes que la custodiaban se quedaran fuera de la sala, donde nació Maiquel Baruk mientras su padre se encontraba encerrado en una celda de un centro de detención de migrantes, ajeno al nacimiento de su segundo hijo. El ‘gringuito’, como le llama cariñosamente su madre, tardó dos días en conocer a su padre, quien se enteró de que había nacido cuando le cambiaron de celda. El bebé se convirtió así el 28 de noviembre en el primer niño de la Caravana Migrante en nacer en EE UU, cumpliéndose el sueño de sus padres, que consideran que el pequeño es la “visa o el pasaporte” que les permitirá vivir en este país. El nacimiento no impidió, sin embargo, que el bebé y su madre regresaran al centro de detención de migrantes tras permanecer tres días hospitalizados. “Fue un hospital al que yo nunca hubiera ido y donde me trataron de una forma muy diferente a donde yo tuve mi primer hijo, ya que me tenían monitoreada las 24 horas, mientras que en mi país solo te atienden cuando miran que el niño ya viene”, revela. Dos días estuvo encerrada con su bebé, pese a que este había nacido estadounidense y no debería haber estado en ese lugar. Allí estuvo durmiendo en una colchoneta y en todo momento tenía que pedir a los agentes de migración poder acceder a los pañales y toallitas para limpiar a su hijo. “Fue lo más feo que pasé, porque no me sentía a gusto, ya que a un niño se le cambia a cada rato y tenía que estar molestándolos y, a veces, ellos se enfadaban”, lamenta la migrante hondureña. Su pesadilla finalizó dos días después cuando les comunicaron que recuperaban su libertad, tras colocar un grillete con GPS en un pie de Miguel Ortiz, quien lo debe cargar cada ocho horas para evitar que comience a sonar poniendo en alerta a la Policía. “Me estorba, pero otras personas lo quisieran tener, por lo que no me importa andar con el 10, 20 o 30 años si me dejan quedarme en EE UU”, subraya.

Los cuatro integrantes de la familia tomaron un bus que los condujo a Ohio, a donde llegaron tras dos días de viaje para vivir con la tía de Miguel Ortiz, con el fin de “empezar de cero”. Allí, un juez determinará antes de que finalice el año si le retira el grillete, antes de decidir si le otorga o no un permiso de trabajo, a la espera de que el 31 de enero se dirima en los tribunales si logran el asilo que han solicitado alegando que su vida corre peligro en Honduras. “Espero del juez que sea justo, porque tengo pruebas de que mataron a seis primos de mi familia y tengo las actas de defunción y las denuncias que he puesto por amenazas”, recalca. Ortiz añade que es una “alegría” haber tenido un hijo en

EE UU, porque supone una garantía de que se va a criar en un “país primermundista”. Por otro lado, solo tiene palabras de halago para su pareja, a quien califica como una “guerrera” tras subir en el remolque de camiones estando embarazada, caminar nueve horas seguidas y comer solo una vez al día para cumplir su ‘sueño americano’. “Ella tiene más valor que yo y es más decidida y positiva, ya que si yo lloré diez veces en prisión, ella solo una y al final todo salió como ella dijo”, remarca Ortiz, quien confía en “aprovechar” esta oportunidad que “solo se da una vez en la vida”. Así, señala que ya se siente “diferente y no digamos en cinco años que me visualizo con mi casa y mi coche y a mi mamá comiendo los tres tiempos”. Mientras, Maryuri da de mamar a su ‘gringuito’ en la estación de buses de San Diego, a 4,500 kilómetros de Honduras, donde “ahora estaría sin futuro y donde no quiero regresar”. “El sueño americano existe y se puede cumplir, pero solo vamos a cantar victoria cuando nos den el permiso de quedarnos”.