Jessica Islas, escritora y feminista

**A los gobiernos no les interesa apoyar a los artistas porque no quieren un pueblo pensante

Afectada por la violencia de su padre, la pequeña Jessica buscó refugio en la literatura para construir su propio mundo. Su madre la empujó contándole cuentos cotidianos, la forma más sencilla, dice, para alentar a los escritores. Tenía 6 años cuando escribió sus primeras cartas y desde entonces no ha parado. A veces le decían que de eso nadie vive y menos en Honduras, pero a ella no le importó. En la actualidad, Jessica Mariela Sánchez Paz, mejor conocida como Jessica Islas, combina la literatura con promocionar los derechos de la mujer, especialmente, víctimas de la violencia.

Dicen que los escritores nacen en la casa, ¿fue su caso?
En mi casa había muchos libros y mi mamá me contaba cuentos cuando era pequeña, pero también en mi casa había mucha violencia, mi padre era muy violento, entonces, la literatura me enseñó que había otras posibilidades de ser feliz y no solo ese mundo violento que vivía cotidianamente.

¿Una especiede refugio?
Creo que sí y esa debe ser nuestra apuesta: que los niños y niñas puedan tener otras avenidas como el arte, la música, sé que es muy difícil, pero hay muchas personas que lo pueden lograr.

Me contaron que nació en Perú, ¿por qué?
Nací en Lima, el 22 de noviembre de 1974, mi madre es hondureña, Edna Leticia Paz Rivera y había llegado ahí en intercambio de estudios. Mi padre era un hombre violento pero mi mamá cortó esa relación cuando yo tenía 10 años y se regresó a Honduras. Desde entonces vivo aquí.

¿Duele dejar su tierra natal?
Me dolió dejar mis abuelos, eran de orígenes indígena, sembradores de arroz y contaban cuentos orales. Como nos venimos en una situación de violencia, no me pude despedir.

¿Regresó al Perú?
Años después, pero fue difícil porque mis abuelos habían muerto y no pude despedirme; me reencontré con mi padre, pero fue difícil porque sigue siendo violento.

¿Y esa violencia la refleja en sus obras?
Me he enfocado más en las figuras de las sobrevivientes que son mi hermana, mi madre y yo. Todavía no he podido plasmar a mi padre en la obra porque todavía siguen teniendo una presencia constante en mi vida y para las sobrevivientes de la violencia ese tipo de presencia son una especie de monstruo que combatimos día a día.

¿Marcada por la violencia, se podría decir?
No es darle importancia, pero forman parte de nuestros recuerdos, y eso es otro de los retos como escritora, no dejar que estos recuerdos nos coman y no hablo solo por mí sino por otras mujeres que han sufrido violencia sexual, por ejemplo.

Después de su madre y su padre, ¿hay otras personas que fueron decisivas en su vida de escritora?
Mi abuelo. Me motivó a estudiar magisterio y con él leía el periódico y después comentábamos las noticias en el corredor de la casa. Es la otra cara de la moneda. Tenía un pensamiento adelantado, pensaba que las mujeres deberían estudiar porque el hombre en cualquier cosa trabaja, en cambio, las mujeres tienen en la educación su único instrumento de superación.

¿Los escritores hondureños están estancados o acomodados?
Yo creo que hay una deuda pendiente. El principal compromiso de un escritor debe ser con la gente, nadie escribe para guardarlo, siento que somos privilegiados porque tenemos acceso a información privilegiada y de algún modo hay que compartirlo con el pueblo.

¿Ser más beligerantes, por ejemplo?
Sí, por ejemplo, no nos hemos podido organizar para exigir un ministerio de cultura o para que haya una política editorial en el país porque no hay; aquí, si usted tiene un libro, arréglese para publicarlo, no hay estímulos de nada.

¿Cómo se las arregla un escritor?
No lo sé. A mí me asombra mucho que el libro que mayores ventas tuvo hace poco fue el del general Romeo Vásquez Velásquez, me asustó cuando me dijo hace poco que iba por la segunda edición, ¿cómo lo hizo? No lo sé.

Y caro, por cierto…
Muy caro. Entonces, a veces el mito que la gente no lee, no es cierto, y vemos que se pueden dejar llevar por el sensacionalismo.

¿Usted lo leyó?
No, la verdad. Por convicción no lo hice.

¿No le cree?
No es eso, simplemente, no me llama la atención leerlo.

¿El dinero es una limitante para leer libros?
Creo que sí, pero el tema es lo que estamos vendiendo, pasa lo mismo con las audiencias de la televisión, se miran más los canales amarillistas, morbosos y sin ética. Esa es otra deuda pendiente con la gente.

Se añora a escritores como Juan Ramón Molina, Amaya Amador o Froylán Turcios, ¿a qué se debe?
Hay mucho individualismo, la cultura de la marginalidad, hay un enamoramiento de esa época del poeta maldito, pero también a los gobiernos no les interesa apoyar a los artistas porque no quieren un pueblo pensante.

¿A usted cómo le ha ido con sus libros?
Me las he tenido que ingeniar. De hecho, mi obra es más conocida afuera, mis primeras obras las publiqué en Guatemala, porque hallé más apoyo allá.

¿Tocó puertas en Honduras?
La verdad es que no estoy de acuerdo con esa cultura de la marginalidad, que, si tengo un libro, tengo que irlo a dejar a las librerías y luego pasar como vendedora ambulante, preguntando si ya se vendió para que me den algo de la venta.

¿Así se maneja esto?
Así es, porque no hay una cultura editorial. Usted hace un libro tiene que ser editora, vendedora, todo, porque no hay una industria de fomento al libro, creo que el Estado podría hacerlo, en otros lados hay hasta un fondo para apoyar los libros, pero aquí no hay, y si lo hay, todo está politizado.

¿El escritor debe tener un color político?
No. Aunque aquí hay muchos casos, porque si usted apoya un partido político le publican el libro y eso no debería ser así, lo que debería primar es la calidad de la obra, no por amistad ni afinidad política.

¿Y la Editorial Universitaria apoya?
Ha mejorado pero la otra vez había un libro sobre la existencia de Dios. En una universidad laica, un Estado laico, uno se pregunta por qué, en vez de tener a Clementina Suárez o a Froylán Turcios.

Pudo haber sido de un escritor religioso…
Sí, pero entonces que lo publique una iglesia, que tiene suficiente plata, no la universidad que es laica.

¿A qué edad comenzó a escribir?
A los 6 años, escribiendo cartas.

¿A su novio?
No, no no (suelta la carcajada).

¿A los 14, sí?
Tampoco, ningún novio ha merecido una carta. Le decía que mi mamá me enseñó escribirles cartas a mis abuelos. Y esas cartas para mí eran muy importantes porque decían lo que yo sentía, eran los tiempos del correo con sello postal.

Usualmente, los escritores tienen una fijación por el amor, ¿es su caso?
No, yo estoy en contra de ese molde. No necesariamente el escritor debe escribir del amor. Más bien, la poesía hondureña habla mucho del dolor, el desamor, decir que se es poeta porque escribes cartas de amor es un error.

¿Los escritores deben influir en la sociedad?
Por supuesto, la labor del escritor debe ser provocar ese remezón de la conciencia social, que le mueva el piso a la gente. Ya hay muchos escribiendo sobre el amor, Honduras es un pueblo bastante poético en ese sentido, usted encuentra poetas hasta debajo de las piedras, pero que tengan calidad es otro asunto.

¿Hay espacio en Honduras para la inspiración de los escritores?
La gente siempre escribe, siempre crea, lo que falta es el apoyo para que la gente pueda vivir de eso. Yo siempre digo, que la literatura es un amante y un amante bastante exigente porque solo puedo dedicarle el tiempo que me sobra.

¿El escritor nace o se hace?
El 70 por ciento de la creación literaria tiene que ver con disciplina, con que yo me levante a una hora y me acueste a una hora escribiendo, pero nosotros no podemos hacer eso, menos las mujeres que trabajamos, no hay concentración, es bien difícil dedicarse de manera seria a escribir en Honduras.

¿Y tampoco se vive de eso?
No se vive, pero podría, si hubiera apoyo.

Te vas a morir de hambre, es el decir, ¿se lo dijeron a usted?
Me lo decían cuando estudiaba letras, pero realmente hasta la fecha, he vivido de la literatura, he vivido de saber escribir bien.

¿Cuál es su propuesta?
Una, que el Estado abra el ministerio de cultura de nuevo y darles el apoyo a los artistas. La otra, decirle a la gente que no deje de escribir, que sigan sus sueños, aunque les digan que eso no les va a dar de comer.

A parte de escribir, ¿en qué trabaja?
Trabajamos con mujeres de los barrios de Tegucigalpa. Tenemos una escuela de narrativa feminista. Las mujeres crean, viera las creaciones de poesías que salen de sus propias experiencias de violencia.

¿Una especie de resiliencia?
Eso es lo que hacemos exactamente. Atendemos casos de violencia porque las mujeres aquí no somos víctimas, somos sobrevinientes y resilientes. Hay que dejar una historia de esto.

En un repaso en la línea del tiempo, ¿hay estancamiento en la literatura hondureña?
Creo que estamos en deuda en la narrativa; hay buenos poetas, incluso, hay propuestas de mujeres cineastas, pero estamos en deuda en contar las historias, Honduras es un país con poca memoria histórica.

¿El hogar es la primera escuela de los escritores?
Se empieza en la casa, pero es determinante el apoyo estatal con bibliotecas públicas, librerías accesibles, porque con libros caros, sin una industria editorial en Honduras solo lee el que tiene dinero.

¿Qué propondría en el currículo nacional básico?
Debe actualizarse para fomentar el espíritu crítico entre los estudiantes. Se debe promocionar a los escritores nacionales. Yo conocí a Clementina Suárez fuera de las aulas. Los estudiantes leen un libro porque vale 70 puntos, pero no tiene que ser de sexo, política ni religión. Y le estoy hablando en el nivel universitario.

¿Está amenazada la literatura hondureña?
Históricamente, la amenaza ha sido siempre de algunos gobiernos hacia escritores rebeldes. Sin embargo, la principal amenaza en este gobierno es la apatía, porque sencillamente se cerró el Ministerio de Cultura y nadie dijo nada. El concepto de cultura está limitado a danza folclórica, danza garífuna, y se acabó, todo eso está bien, pero la propuesta es abrirle las puertas a talentos jóvenes.

¿Qué les recomienda a los niños que empiezan a escribir?
Que sigan porque ahora tienen la ventaja de que su talento llegue al extranjero con las redes sociales. Decirles que estamos luchando para que haya una industria editorial, puede ser que lo logremos, puede ser que no, pero estamos luchando.