FUERA MANOS

YA no cuenten con México en la comparsa de naciones metidas a arreglarle los asuntos internos a los demás. Allá en la reunión de cancilleres en Perú el grupo de Lima se desayunó con la novedad. El gobierno de AMLO regresa a la doctrina Estrada. Esa fue la tesis sostenida por el canciller en la época de Pascual Ortiz Rubio negando la tradición del acostumbrado reconocimiento a los gobiernos de otros países como testimonio de legitimidad. A partir de allí, México se abstenía de emitir pronunciamiento sobre la legitimidad o ilegitimidad de cualquier gobierno, aduciendo la política de no intervención en los asuntos internos de otros estados. (Aquello tuvo mucha inspiración en los movimientos revolucionarios pero ¿hasta dónde la postura debía guardar simetría en relación a las dictaduras?). Lo anterior, desmoronaba la práctica seguida desde la gestión del canciller Tobar, que exhortaba a los gobiernos latinoamericanos al reconocimiento mutuo, o bien a negar el reconocimiento.

La doctrina Estrada fue pieza angular de la política exterior mexicana ligada al principio de no intervención y de autodeterminación de los pueblos. Cuando los cancilleres del grupo de Lima –en teleconferencia con el secretario de Estado norteamericano– redactaron una resolución exhortando al gobierno de Nicolás no asumir el segundo mandato y transferir el poder a la Asamblea Nacional, México no firmó la declaración. Consultado AMLO sobre el giro radical al acompañamiento que su país ha tenido en otras decisiones similares –incluso cuando por mal portada la OEA decidió enviar a Honduras al ostracismo– esto fue lo que declaró: “Nosotros no nos inmiscuimos en asuntos internos de otros países porque no queremos que otros gobiernos, otros países, se entrometan en los asuntos que solo corresponden a los mexicanos”. Bien puede ser que escogió este momento preciso para decirle a Juan lo que ya días ha querido que lo entienda Pedro, en sus relaciones bilaterales con el todopoderoso vecino del norte. Hasta allí México tuvo activo protagonismo en la OEA, denunciando el rompimiento del orden constitucional como la crisis humanitaria que atraviesan los venezolanos. Fuera manos no ha sido siempre parte de la política exterior mexicana. No lo fue cuando Lázaro Cárdenas recibía refugiados españoles durante el régimen de Franco incluso rompiendo relaciones con la dictadura. O cuando cortaron relaciones con el Chile de Pinochet y la Nicaragua de Somoza.

No lo fue cuando durante la década perdida integró el grupo de Contadora –con efusivos pálpitos hacia el sandinismo– para mediar en el conflicto regional. Así que ese reacomodo de AMLO con la doctrina Estrada, augura posiciones encontradas con los amables componedores de la OEA –dirigidos por el imperio y secundados por el Secretario General– que buscan democratizar la autocracia venezolana y la complicada crisis nicaragüense. AMLO, para mejor proveer, explicó que su gobierno será “respetuoso de todos los pueblos y todos los gobiernos del mundo”. Sin duda que un actor de tanto peso, como lo es México en la región, ha de tener a muchos otros rascándose la cabeza.