Estado municipal

Por Segisfredo Infante

Desde el moderno siglo diecinueve, o tal vez desde mucho antes, ha habido una permanente confusión conceptual, especialmente en el mundo angloparlante, en torno al tema del Estado. Incluso el judío-alemán Karl Marx, según lo sugiere Norbert Lechner, llegó a confundir o mezclar, por intereses ideológicos de aquel momento, la percepción del Estado abstracto, pero real, derivado de la filosofía del derecho de Hegel, con el mero aparato gubernamental que opera cada día. Así que en términos ideológicos hay una gran diferencia entre la percepción teórica general de Guillermo Hegel sobre el espíritu del Estado, y la operacionalidad ideológica de Karl Marx en torno a los gobiernos burgueses parlamentarios; cuya ideología superestructural (la de Marx) fue llevada a los extremos por V.I. Lenin, con el primer Estado totalitario, y arrastrado hacia la vulgaridad por dictadores siniestros, sin capacidad autocrítica, como Josif Stalin, Adolf Hitler y otros de la misma subespecie, que aún perviven en los comienzos del siglo veintiuno, tal como sucede todavía en Corea del Norte, en donde los posibles disidentes actuales son aplastados sin ningún humanismo moderno y sin ninguna misericordia, aun cuando en medio de la campaña electoral pasada que se realizó en Honduras (año 2017), el ingeniero Salvador Nasralla haya negado aquella tenebrosa realidad coreana, sin ningún escrúpulo y empacho.

No soy politólogo ni jurista en el momento de hacer una nueva aproximación al complicado tema del Estado. Por eso mi abordaje ha sido, desde siempre, eminentemente histórico y filosófico. Desde mi punto de vista el Estado surgió en los comienzos mismos de las  civilizaciones antiguas orientales y mediterráneas, cuando los hombres y mujeres, ya sedentarizados por la vía de la domesticación genética de plantas y animales, dividieron sus tareas comunes para administrarlas eficientemente mejor, en el marco de los primeros emplazamientos urbanísticos del planeta, como la pequeña ciudadela de Jericó. Incluso hubo algunos Estados fuertes en civilizaciones prehispánicas como las de los olmecas, los mayas, los incas y los aztecas, para sólo mencionar algunas. Tales estructuras estatales podrían ser rudimentarias. Pero eran estructuras (aun cuando nunca se utilizaran hacia adentro los conceptos precisos de “Estado” o “gobierno”), que funcionaban mucho más allá de cualquier rey o gobernante transitorio, como en el caso de los egipcios. El gran problema actual deriva de la manía de juzgarlo todo desde los parámetros presentistas de la modernidad y de la posmodernidad, etapas históricas que han lanzado muchas luces sobre el mundo; pero que también han creado toda clase de confusiones y de monstruos ideológicos. Una de tales confusiones monstruosas ha versado sobre el vidrioso tema del Estado, en que hasta el fascista Benito Mussolini se sentía autorizado para teorizar desde un pretendido (y falso) conocimiento de la obra filosófica del mencionado Guillermo Hegel.

Así que en mi caso personal nunca he confundido el Estado con el gobierno, dos instituciones entrelazadas. Tampoco he confundido el Estado central con las instituciones descentralizadas, como los municipios y las universidades autónomas de América Latina, incluyendo el caso de Honduras. Comprendo que en los últimos años ha habido también una fuerte discusión teorética en torno a las descentralizaciones del Estado, en favor de las municipalizaciones. Pero al margen de tales problematicidades, considero por mi parte que es conveniente retomar una agenda tendiente a fortalecer varios centros municipales y aldeas de nuestro país, con miras a la sobrevivencia histórica de Honduras. Un ejemplo de municipio fuerte es el de Comayagua, al margen de quien sea su alcalde actual. Habría que añadir los casos de San Pedro Sula, Santa Rosa de Copán y Gracias. Tal vez Juticalpa, Choluteca, Marcala, Lepaera y Olanchito. Paralelamente hay municipios pequeñitos de mucha relevancia cultural como San Marcos de Ocotepeque y Cane. Y otros que apenas sobreviven en el sustento diario como Gualcinse y San Marcos de la Sierra, este último localizado en la cintura cartográfica del departamento de Intibucá.

Los hondureños interesados en el Estado catracho, ya sea el Estado central o el Estado municipal, debemos pensar con una mirada de corto, mediano y largo plazos, frente a las contrariedades regionales y mundiales. Tal como ocurre, hoy en día, en las fronteras al sur de Macedonia, en donde los ciudadanos de cada aldea se encargan que todos tengan la posibilidad de conseguir un empleo, en tanto que este problema histórico y económico nunca se ha resuelto por la vía formal de los decretos ni mucho menos por la vía de las consignas ideológicas simplonas pero feroces. Hay que robustecer la idea del Estado municipal, enlazado creadoramente a la idea general del Estado central, en donde cada individuo, sea joven, maduro o anciano, goce de libertad, de dignidad y de respeto hacia su persona humana, en el amplio espectro de la tolerancia ideológica y del juego necesario de la economía. De tal suerte que el Estado, con su sociedad civil, puedan prosperar en el más remoto poblado, ya sea en La Mosquitia, Santa Bárbara, Olancho o bien en Ocotepeque.