LO que hemos venido sosteniendo en el caso venezolano. La autocracia se aferra al poder y resiste el torbellino que se le viene encima. Cuando los conflictos políticos se desbocan, el ejército inclina la balanza. El oficialismo tiene a los generales bien incentivados. Nicolás les ha repartido hasta la comercialización de los recursos estratégicos del país para que la fidelidad sea impenetrable. El ministro de Defensa aparece como fiera enfurecida a proteger el régimen. La autoproclamación del líder parlamentario como presidente interino –reconocida por un bloque de gobiernos del hemisferio– “es un golpe de Estado en marcha”, denuncia. Flanqueado por los oficiales de más alto rango dentro de la institución militar y otro pelotón de uniformados en posición de firme a sus espaldas, proclama a Nicolás como “el presidente legítimo”. O sea que en tanto no se produzca una insurrección interna en el ejército, la fuerza de las armas se alinea –“con subordinación absoluta”– como escolta del sucesor del finado.
Antes el jefe del Parlamento decía que se proclamaba “presidente encargado de Venezuela para lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres”. Guaidó fue reconocido por la Casa Blanca y una decena de países de la región. Nicolás, en cambio, obtuvo el respaldo de sus aliados, Turquía, Rusia y Cuba, que se manifestaron, al igual que China, contra la “injerencia extranjera” en Venezuela. Putin informó que sostuvo una conversación telefónica con el venezolano para expresarle su apoyo. Cualquier intervención extranjera dice el Kremlin, en un comunicado, “viola las normas fundamentales del derecho internacional”. (Eso aplicaría, es de suponer, cuando la intervención extranjera se refiera a occidente pero nada que ver con las propias). Lo otro sorprendente, sin ser sorpresa, es que México no romperá su relación diplomática con Venezuela y evitará “confrontaciones” con cualquier nación. “Ello en celoso apego a la Doctrina Estrada ligada al respeto a la autodeterminación de los pueblos y a la no intervención en los asuntos internos de otros Estados”. Nada más que en el vigésimo octavo período extraordinario de sesiones de los socios del club de la OEA, celebrada el 11 de septiembre del 2001 en Lima, Perú, acordaron la Carta Democrática Interamericana. Allí los gobiernos que suscribieron el convenio, incluido México, acordaron injerencia “en caso de que en un Estado Miembro se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático”.
“Convinieron realizar una apreciación colectiva de la situación y adoptar las decisiones que estime conveniente”. Si constatan que se ha producido la ruptura del orden democrático los socios pueden acordar la suspensión del infractor. Sin embargo, todavía hay compañeros del viaje de la revolución del siglo XXI, suficientes con que impedir las dos terceras partes requeridas para mandar al condenado al ostracismo como sucedió con Honduras. A ver, si alguien no quiere inclinarse ni por allá ni por acá, ¿qué propone? Diálogo. Es lo que solicita el Secretario General de la ONU sin menoscabo que hasta ahora en Venezuela han fracasado todos los diálogos entre el régimen y la oposición. Desde entonces no solo la situación política, económica y social se ha agravado, sino que la sociedad se ha polarizado. Con varias erupciones de enfrentamientos violentos que dejan tendalada de muertos. Los que propician el diálogo –habría que saber entre quiénes y mediado por cuáles– piden que se evite un baño de sangre. Qué desparpajo el que viven los venezolanos. Por eso insistimos. Dialoguen y lleguen a acuerdos aquí antes que platicar no sirva para nada y ya sea demasiado tarde.