Recordar los años idos de nuestra vida en donde la inocencia y el asombro se erigían como las únicas verdades, es volver a contemplar los parajes de un tiempo dichoso sin importar tristezas y desventuras. ¡Hermosa infancia, fascinante adolescencia, se han ido y no volverán más! Desenrollar el pergamino de los días en cuenta regresiva para revivir la alegría sin igual de descubrir el mundo a través de la limpidez del alma incontaminada por la maldad, ya no es posible. Pero sí es factible hacer vivir en nuestra cotidianidad los valores que abrigamos en el inaccesible ayer, para poder vivenciar el hoy con hermandad y felicidad, así recobraremos el Paraíso perdido.
Rememorar los primeros años de vida hace que nuestro corazón se entone con el hermoso paraje de la inocencia. Más aún si nuestra infancia y mocedad fueron bordeadas por las empresas de lo insólito y lo tenaz, en contubernio con los amigos que nos ayudaron a comprender ese entorno de maravillas como lo fue el primer sabor de la aventura, los primeros juegos, la primera lluvia que nos empapó el cuerpo y el espíritu; o el primer escarceo de amor que nunca se olvida. Este volver a la candidez de nuestro despertar a la vida es un deleite que nos deja una sonrisa en el alma; es un acto de amor que nos señala el viaje hacia lo noble y lo hermoso.
Agradable sería volver la vista hacia atrás y encontrar solo nobleza y amor, tal como debiera ser, pero el paisaje infantil y juvenil a veces nos lega un panorama de tristeza, desencanto o de injusticia, en donde los valores eternos del espíritu se han difuminado. Los mayores, habiendo olvidado lo real: los tesoros del alma, se han lanzado a una ordalía de engaños y traición. Así, olvidando el niño que fueron, han invadido los campos del amanecer de la vida ocasionando sufrimiento y desconsuelo, negando a las nuevas generaciones un porvenir de esperanza y felicidad.
Maravilloso sería recapitular en los campos del ayer, plenos de ternura e inocencia, para iniciar la edificación de un mundo más justo y humano el día presente. De esta forma brindaremos a los niños y jóvenes de hoy ?los hombres y mujeres del mañana? la lección más importante de la vida: que el amor es la única respuesta ante los embates del odio.
Van estas historias juveniles con la frescura del ayer que nos invita a no renunciar a la inocencia y la pureza del alma; pero, sobre todo, a no rechazar al niño, al mozalbete que debe morar en nosotros por siempre. Y ya sabemos que el niño, el joven, es alegre, noble, dichoso, despreocupado e inmensamente feliz. Estas son historias para reír, historias para llorar, historias para recordarnos que la vida es hermosa y que no debemos abandonar la plenitud que vivenciamos en nuestros primeros años, donde la primavera, con su radiante sol de hermandad, era la estación perenne…
A los lectores, mi abrazo pleno de inocencia.
Nery Alexis