Santiago 2: 14-26

Por Daniel Vijil
Twitter: @vijildaniel

“Hermanos míos, ¿de qué servirá si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?

¿Podrá la fe salvarle?”.

Probablemente no.

Mi “confirmación” fue el 15 de febrero del 2014. En aquellos días, como la mayoría de los jóvenes, me confirmaba más por la voluntad de mis padres que por la mía. Mi fe era una serie de actos monótonos: rezar por las noches, ir a misa cada domingo a las siete, y confesarme cada seis meses. Mi fe era egoísta. Mi fe iba acorde a mi conveniencia. Dios era parte de mi vida, cuando en realidad él nos pide que nosotros seamos parte de Él.

Mi confirmación no fue ese 15 de febrero. Ni es un certificado, ni es un curso de seis meses, y no es mi asidua participación en la eucaristía. Mi confirmación es vivir en Dios todos los días a través de obras. Jesucristo no iba por Israel diciendo a los enfermos que rezaría por ellos, él les sanaba. Jesucristo no dijo en las bodas de Caná que pediría por ellos, él les multiplicó.

Jesucristo no iba clamando su fe, la iba obrando.

Por eso vuelvo a preguntarles:

“Hermanos míos, ¿de qué servirá si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?”.

¿De qué servirá rezarle a Dios por los pobres? Caminando descalzos en el pavimento de nuestras calles, esperando un bocado que jamás llegará.

¿De qué servirá rezarle a Dios por los enfermos? Acostados en catres viejos, en salas tétricas, esperando un medicamento que jamás llegará.

¿De qué servirá rezarle a Dios por los desempleados? Rebuscando cómo se ganan la vida de manera decente, esperando un trabajo que jamás llegará.

¿De qué servirá rezarle a Dios por los delincuentes? Criados en familias rotas, circunstancias injustas, esperando por una oportunidad que jamás llegará.

¿De qué servirá rezarle a Dios por los peregrinos? Caminando a paso firme con destino al norte, buscando lo que aquí no tienen, esperando una frontera que jamás llegará.

¿De qué servirá rezarle a Dios por Honduras si no obramos por ella? Pedir cambios, pedir milagros. Es más cómodo pedir qué hacer. Es costumbre que las palabras nos ahoguen, y más costumbre que se quede en palabras. Ya ha pasado mucho tiempo desde el 2014 y doy gracias a Dios de ponerme donde estoy, en una universidad jesuita, aprendiendo la doctrina de San Ignacio de Loyola, que nos dice: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”. Ya ha pasado mucho tiempo, el 2014 es historia, las palabras de aquellos días se quedaron en palabras, y la Honduras de aquellos días se quedó igual.

Hermanos míos, ¿de qué servirá esperar que los rezos se concreten? Esperar que los gobernantes cumplan sus palabras.

Esperar… se tiene que acabar. Está en nuestras manos obrar, exigir y buscar. No más pedir, ni esperar. “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. Porque como la fe sin obras está muerta, así también Honduras sin obras está muerta.