Centro de Instrucción Política

Por Segisfredo Infante

Esta necesidad concreta es observable a simple vista, y deriva de la experiencia y de la reflexión serena, de tantísimos años, sobre las potencialidades y enormes falencias y vacíos de la clase política hondureña. Y de otros segmentos dirigenciales. No es producto de la vanidad, el resentimiento, la desesperación, o de una ocurrencia de última hora; ni mucho menos del deseo personal de figurar en ninguna parte. Los tiempos otoñales de la vida enseñan algo de modestia; a sofrenar un poco las emociones biológicas; a medir las palabras del momento; y a guardar el recato en la medida de lo posible (la “sindéresis” individual diría Mario Sosa Navarro si estuviera vivo). Pero también los tiempos otoñales enseñan a ser sinceros cuando se vuelve indispensable la sinceridad equilibrada frente a un problema que se impone como algo aparentemente repetitivo, como en el caso de la política lugareña, y en otros ámbitos que abordaré más tarde.

Durante décadas hemos observado que una gran cantidad de “políticos” municipales, departamentales y nacionales, se meten en el ajo y en el chile picante de la cosa pública sin poseer, en ningún momento, los más elementales rudimentos de la ciencia y del arte de la política y de la economía. Ni siquiera de la historia verdadera de sus propios partidos políticos. Mucho menos la historia del país. Pues la Constitución de la República y las leyes electorales de diversos momentos históricos, les abren las puertas para que aspiren a cargos de elección popular y a otros riesgos. Así que el problema no es de ninguna manera de índole legal. Ni siquiera es un problema de currículum académico. Algunos políticos exhiben las más ricas hojas de vida que alguien de adentro y de afuera pudiera imaginar. Se trata más bien de un problema de sentido común, de lógica y de filosofía política. Que conste que según la misma tradición empírica y pragmática anglosajona: “el sentido común es el menos común de todos los sentidos”.

Hay, sin embargo, valiosas excepciones de la regla. Pero hemos venido observando que la gran mayoría de políticos hondureños nunca lee un libro interesante, exceptuando las notas y fotocopias amarillentas que utilizaron en los colegios y en las universidades, cuando eran estudiantes, para aprobar los feos exámenes. Jamás los hemos visto, ni siquiera por accidente, en las librerías, en las bibliotecas ni tampoco en las ferias de libros. Sí efectivamente recuerdo que el doctor don Miguel Andonie Fernández, palestino-sefardita (QEPD), abría algún libro misterioso mientras hacía fila para entrar en los viejos cinematógrafos. Claro está, hablo de la década del ochenta del siglo pasado.

Pero algunos políticos hondureños, a pesar de sus grandes falencias, se presentan como los hombres más “listos” y más arrogantes del planeta tierra. No quieren escuchar sugerencias de nadie, sobre ningún tema político y económico, sea nacional o internacional; pues ellos ya lo saben todo. Mucho menos escuchar las sugerencias de algún intelectual aislado, “ignorante” o “incómodo”, para ellos y ellas, aun cuando el pobre intelectual pertenezca a su propio partido u organización política. Tanta arrogancia le hace daño a toda la sociedad hondureña, y socava el bienestar común. Aquí precisamente entra en escena el antiquísimo concepto político del “bien común”, que se encuentra en las propuestas de los antiguos filósofos y oradores de Grecia y Roma. Habría que preguntar cuántos políticos hondureños han leído “La Política” de Aristóteles, para solo citar un nombre.

A estas alturas de la “Historia” se vuelve indispensable la tarea de organizar un “Centro de Instrucción Política” para todos los aspirantes a la “res pública”. No importa a qué partido político pertenezca el aspirante de que se trate. Pero sería obligatorio que antes de anhelar un puesto de elección popular recibiera la instrucción de por lo menos tres diplomados sobre democracia republicana y sobre la historia del capitalismo y las secuelas del “socialismo real”. No sería necesario que el estudiante “equis” de tales diplomados hubiese pasado por las aulas de un colegio de secundaria. Mucho menos por una prestigiosa universidad.

Porque tal disposición dejaría por fuera, muy injustamente, a los políticos de las áreas rurales y de los barrios marginales. De tal suerte que el único requisito sería el de saber leer y escribir, y luego la disposición ética de aprender humildemente algo de historia, de economía, fraternidad y democracia. Estos diplomados modestos serían exigibles incluso para aquellos personajes de “élite” que presumen saberlo todo, tal como en los tiempos de Sócrates, en que varios sofistas presumían muchos conocimientos falsos y frívolos, motivo por el cual echaron a perder la democracia ateniense.

El “Centro de Instrucción Política” podría estar financiado por la empresa privada, el Estado y por todos los partidos políticos interesados en consolidar el régimen republicano y democrático, y un submodelo capitalista de tipo humanístico, respecto del cual todavía falta mucho camino por recorrer. De lo contrario seguiremos con las frases lapidarias, los lenguajes de cloaca, la soberbia y las vulgaridades de todos los días.