Mágica Honduras

Popularmente, se dice que Honduras es una nación de poetas y puede que haya mucho de razón en ese dicho, ya que nuestro país alberga una rica tradición oral de la que muy poco se registra en libros. También se ha dicho mucho, que somos un pueblo que carece de identidad propia. Podría ser verdad, pero no de la forma que a veces repetimos sin cesar. Creo que somos una nación con una identidad profundamente violada y dolida, que se resiste a ser abatida y se mantiene a través del uso del sarcasmo y el humor. Diría que nos gusta reírnos de nosotros mismos, como una forma de exorcizar el llanto. Por ello son tan famosos los títulos y las obras relacionados a nuestras cualidades de “asnos” o “payasos”, entre otras. Y no es menos famoso que lo poco que conocemos de Morazán sea precisamente un chiste de su retrato, que dice que se puso de lado, porque le faltaba una oreja.

Sabemos que tenemos una historia común, sin embargo la conocemos y entre las generaciones más jóvenes y no hablo solo de Honduras, nos jactamos de no saber, es más, se muestra con orgullo, no necesitar el conocimiento. Nunca, como en estos tiempos, la ignorancia ha sido tan exhibida como una cualidad y hablo no solo de ignorar un hecho, si no de emitir juicios de valor cuando solo se ha visto, leído o apreciado superficialmente un problema o un tema. Un ejemplo de ello podría ser pensar que hemos realizado el I festival de poesía o el encuentro de mujeres y/o jóvenes más grande de la historia o craso error, pensar que yo fui la primera persona que escribió sobre tal o cual tema y que lo produzco es lo mejor no solo de América, si no del mundo.

Este preludio, para decir, que esta reflexión va encaminada a pensar en la necesidad de una memoria histórica que nos sustente como individuas y también como Estado-Nación. Ya Francesca Randazzo, en una serie de ensayos, denominaba a Honduras como Patria de la espera. Porque esperamos tal vez, algo que ocurrirá, pero no sabemos cuando (de allí el famoso dicho de Chelato: nunca se sabe) y no es para menos, con un escenario político como el que atravesamos actualmente. Pese a ello, podríamos apostar a construir de forma colectiva una genealogía artística y literaria, utilizando para ello el término de la Real Academia Española: “conjunto de antepasados/as de una persona…”, para poder sentir las voces que son parte de nuestra historia, no como un pasado lejano, si no, como parte de nuestro espíritu.

Reconocer en nuestra voz, las voces de otros y así recuperar el alma de la creación y con ello, toda nuestra valiosa identidad. ¿Por qué no elaborar una serie de obras que hablen de las tradiciones hondureñas de origen indígena, negro o mestizo?, ¿Por qué no recuperar los relatos de los dueños del monte, el espíritu de los ríos o la mujer que lava en las noches y castiga a los borrachos con persecuciones atroces? O tal vez pensar en los duendes, pequeñas ánimas que logran dar justicia a las mujeres o ayudarlas a escapar. Soñar con capturar en una imagen, una pintura o un texto el ruido de los peces cayendo en forma de lluvia en Yoro o imaginar los rituales de Talgua o Copán, por decir algo. Estas maravillas no deben dejar de asombrarnos, tanto como no deben dejar de formar parte de nosotros. Porque siempre he sentido que Honduras, aunque no lo creamos, es simplemente mágica.

“Lluvia de peces” de la artista Celsa Flores.