Itinerario de una deuda cumplida

Por Óscar Armando Valladares

Cuando Pompeyo del Valle me alargó la buena nueva de haber sido seleccionado para el premio literario “Ramón Amaya Amador” -de la Academia Hondureña de la Lengua- adiviné en su semblante un dual efecto revulsivo: de sorpresa y emoción, que luego me puso al corriente. Lo primero, por advertir diferencias extraliterarias con miembros de la AHL; de emoción agradable, no tanto por el monto dinerario -significativo, a decir verdad- como por el compromiso expreso de editar su obra en verso, bajo el alero propicio del autor de “Prisión Verde”.

En ceremonia efectuada el 26 de noviembre de 2016, Pompeyo recibió ciertamente el numerario de la presea, por conducto del director académico, señor Juan Ramón Martínez; y desde aquel entonces el poeta aguardó pacientemente la edición, de manera que en sus idas y venidas de Comayagua a Tegucigalpa el bien prometido era tema recurrente.

(En el entretanto, con el recordado poeta Rafael Rivera logramos ordenar los originales inéditos del trabajo narrativo de del Valle, Historia de un daiquirí, el que vio la luz en abril de 2017, gracias a la fineza de Tilsa Aguilar, propietaria de Spacio Gráfico. La muerte dolorosa del amigo Rivera -acaecida días después, el 27 de mayo-, impidió que no viese el pequeño volumen, primorosamente editado, si bien habíamos releído y glosado el pasaje que nos dedicó en ese último fruto de su fértil cosecha).

La conexión que teníamos con la periodista colombiana Carmen Stella Van den Heuvel, nos permitía conocer los avances que ella efectuaba juntamente con Selma Nadezda, hija mayor de Pompeyo, recopilando, levantando y revisando los textos del cuerpo antológico. Al despedirse del país, triste y desencantada, Carmen Stella aseguró haber quedado en la imprenta el material susodicho para el proceso de impresión.

Empero, a dos meses de cumplir sus noventa años -exactamente el 22 de agosto de 2018- sobrevino en Comayagua el deceso del poeta del Valle. En compañía de tres de sus hijas, Scarlett, Carolina y Carla, el 26 de octubre recordamos su andadura literaria y brindamos por los gratos momentos compartidos como padre y cercano amigo. Al surgir la comidilla del libro, me enteré por Scarlett del reclamo proferido y del zipizape habido por ello con el director de la AHL.

Finalmente, un telefonema del señor Martínez -el lunes 28 de enero del año en curso- me anunció que la obra era ya un hecho palpable, lo que en efecto constaté un día después en casa de la Academia, con la entrega del ejemplar que me sirve de comento.
Con el título abarcador de “Poesía completa”, el libro recoge los textos de La ruta fulgurante, El fugitivo, Poemas sin casa propia, Nostalgia y belleza del amor, Ciudad con dragones, Duración de lo eterno, El encantado vino del otoño, Piano de cola en el mar, La imaginaria línea del horizonte y la producción inédita “Los nombres que no tienes” y “Cuaderno de recordaciones”, en edición bien diagramada, cubiertas con solapas y 258 páginas debidamente utilizadas.

Aún cuando la tardanza -al parecer insalvable- transfiguró la edición en un homenaje póstumo, celebro el cumplimiento de la palabra contraída, por cuanto el presente tiraje de 500 libros dilata el horizonte cognitivo de uno de los poetas y una de las voces de mayor intensidad e inclaudicable autenticidad.

Transcribo de la útil obra compilada, el poema “La sangre inocente” -denotativo del golpe de Estado de 2009- que Pompeyo -en cómplice hermandad- lo dedicó a mi nombre: “Entonces ese día no pudimos oír,/ el canto ubicuo de gallos,/ inventores de la madrugada./ Las luces por nacer se ocultaron/ como las uñas retráctiles en la guerra/ del jaguar./ Atronaron los golpes de las culatas/ contra las puertas aún dormidas./ Voces hirsutas. Tiros. Gritos de mujeres./ El presidente de la República/ sorprendido, indefenso, en su alcoba./ La bota militar en el cuello/ de los corderos./ Después vendrían los muertos./ Los hondureños asesinados/ en el asfalto, en las avenidas/ atestadas. El oleaje de la ira./ El viento triste/ aullando sobre la sangre inocente”.

Como albacea espiritual del liróforo, que supo armonizar las coordenadas del amor infinito -similar al de Dante por Beatriz-, la ternura y el motivo social, extiendo mi enhorabuena a la membresía de la Academia, con una breve insinuación: esmerar la tarea revisora por parte de la entidad para que la impresión de la obra literaria del nuevo galardonado, Miguel Rodrigo Ortega, no contenga deslices de dedo como los que he pillado en algunos títulos y renglones de “Poesía completa”.