Por José María Ramírez Romero
A un año del nuevo período gubernamental prevalecen los viejos esquemas educativos y la mediana calidad del modelo es sostenida por el docente de aula, que con su voluntad y sacrificio se ha convertido en la columna vertebral del proceso. Para que esta labor titánica sea efectiva en uno de los países más subdesarrollados del planeta tienen que existir voluntades magisteriales extraordinarias, de caracterizaciones humanas infinitas y de capacidades inconmensurables.
Esa voluntad de sacar avante el conflicto educativo hondureño que se debate entre el déficit cuantitativo y los bajos índices cualitativos debe ser asumida por el Estado, para encausar al país hacia mejores horizontes y poder presentarnos al interior y exterior como una nación moderna, que sirva de modelo a otros estados en esta materia.
La democracia de la República es ejemplar cuando su educación es eficiente. No puede existir democracia sin desarrollo educativo.
Los pueblos mejoran económicamente cuando tienen buenos índices educativos y ruedan a la miseria cuando el analfabetismo crece.
El crecimiento de los alfabetizados, técnicos y profesionales es directamente proporcional al bienestar de las naciones y al prestigio de sus gobiernos. La calidad de un gobierno se mide por sus índices educativos.
Para mejorar en esta materia se necesitan prácticas gubernamentales participativas en su implementación y ejecución. Es importante activar pláticas gobierno-magisterio acerca de los problemas curriculares, legales y sociales con fines actualizantes. Hacen falta las consultas entre gobernantes y gobernados para que circule el olor a democracia y los aromas de la tranquilidad retornen a las aulas hoy cundidas de estrés, inestabilidad e inconformidades académicas y laborales.
El año escolar 2019 nunca debe ser igual al 2018. En este nuevo período deben imponerse los nuevos actuares para que mejoren los índices. Con el esquema errático recién vigente se repetirán por enésima vez el déficit, sostenes del atraso y la exclusión.
Cuando se exige defensa de la escuela pública se está combatiendo el ausentismo de centenares de miles de niños y jóvenes para derrotar la apatía y que el Estado empiece a hacer efectiva para todos esta función social urgente en nuestra sociedad.
La escuela pública debe cuidar la calidad de sus gestiones a todo nivel, en todo el país. No solo se trata de matricular. En todo instante hay que dotar a los centros escolares del material didáctico mínimo y de laboratorios en todas las áreas para desarrollar procesos educativos que se aproximen a la ciencia.
El otro elemento necesario en la nueva dinámica es el aspecto tecnológico comunicacional. La computación es herramienta novedosa de las nuevas generaciones y sociedades del mundo. El centro educativo sin cómputo integrado vive en el pasado, cada segundo se aleja del presente y mucho más del futuro de nuestras juventudes. Esto implica implementar las instalaciones mínimas para ese efecto en escuelas, institutos y universidades.
Las tres aristas principales del factor humano en todo evento educativo son: 1) los docentes, 2) padres, madres de familia y 3) alumnado. Aristas diferentes pero complementarias, con funciones definidas e insoslayables: el docente formando ciudadanos e impartiendo los aprendizajes; los alumnos, principales protagonistas de la interacción maestros-estudiantes, acompañados por las familias pendientes del crecimiento intelectual de sus niños y jóvenes. Para que exista un proceso armónico los gobernantes tienen que comunicarse permanentemente con estos tres factores vitales.
Tenemos que incorporar a las aulas a cerca de millón y medio de niños y jóvenes entre 13 y 25 años de edad que no pueden gozar de los servicios educativos del Estado por su situación de miseria y apuntar con buen tino hacia el analfabetismo que nuevamente tiende a crecer en los últimos diez años, cuando creíamos que esta bacteria estaba liquidada.
Si empezamos a caminar con los consensos en la cabeza, la solución indudablemente será el desarrollo de nuestras sociedades con buen cuerpo.
Los gobiernos democráticos que han solucionado sus problemas educativos han sido gobiernos de éxito. No existe gobierno con espíritu autocrático que haya reprimido al analfabetismo.