La “DEA”, tres “caídas”

Por Juan Ramón Martínez

Cuando era adolescente, creía que en Estados Unidos no vendían lotería; que no había inundaciones y que las instituciones eran perfectas. Pensaba que los latinos éramos los atrasados. Y ellos, los adelantados. He tardado mucho para entender que Estados Unidos y Honduras por ejemplo, tienen singularidades específicas. Pero que, comparten cosas en común y diferencias. En uno solo de los estados de USA hay más periódicos en español que aquí. Y que, la corrupción de Honduras, que me avergüenza por supuesto, no tiene parangón con la de Estados Unidos, que en el pasado y ahora enfrenta borrascas, iguales o peores, que las que estamos pasando aquí. En la primera década del siglo pasado, durante la “ley seca”, la corrupción funcionó en una forma que Orlando Zelaya, no se imagina siquiera. Y que Eliot Ness, valientemente, como después otras autoridades lo hicieron, derrotaron a las pandillas formadas por sicilianos, cuando estos dominaban las calles, corrompían a la policía y financiaban campañas electorales de políticos corruptos. Claro, cuando uno no conoce la historia de los Estados Unidos, se deslumbra. Y cree tonterías que, en mi caso se explicaban por mi corta edad. En Orlando Zelaya, son incomprensibles.
Los hondureños no hemos inventado la corrupción. La trajeron los españoles. La multiplicaron los criollos. La República empezó con un fraude en contra de Valle.

Por ejemplo, aquí se sigue discutiendo si JOH, sabía de los negocios que hacía su hermano con los narcotraficantes encarcelados en Nueva York. Creemos que no. Pero ahora que reviso mis notas descubro un nuevo argumento que confirma lo dicho. Y además, muestra que hay mucha inocencia en la clase política. Y bastante maldad. Por ejemplo, Orlando Zelaya invita a Manuel Zelaya y a Nasralla para que unan y alteren el orden constitucional, como si estos no supieran que él, es un “conejito blanco”, que los dos juntos no solo se lo echarán a la bolsa, sino que además, harán con él, una paella valenciana.

Hasta ahora, ninguno de los luchadores contra la corrupción, –muchos de los cuales no actúan de buena fe: buscan engañarnos y hacerle daño a sus enemigos–, ha comentado que la DEA, especializada en la lucha en contra del narcotráfico en Honduras, en menos de sesenta días, ha descubierto que tres de sus agentes, colaboraron con los delincuentes del narcotráfico, sin que sus superiores lo supieran: Gómez, Chicago; Irizardy, Miami; y Kohen, Arkansas. Ni siquiera el supervisor que vigilaba sus actos. Y lo interesante es que, en vez de pedir la destitución de los jefes, señalándolos de complicidad, se han dedicado a revisar los protocolos alterados; identificar que la vigilancia fue burlada, y descubrir cuando informes fueron modificados maliciosamente. Para evitar repeticiones. Eso es lo correcto. Aquí, quieren colgar al hermano del posible delincuente, para llegar al poder. La corrupción no es el problema. Es un medio, para sus fines subalternos.

Orlando Zelaya, que tiene –y con razón– respeto por la DEA, no ha comentado el incidente en que, la famosa agencia, pierde a tres de sus hombres en operaciones en que, se pusieron al servicio de los delincuentes. Lo ocurrido a la DEA, nos debe servir, para darnos cuenta que la tarea es complicada. Los humanos somos imperfectos. Y cada uno está expuesto a caer en la tentación. No importa el color de la piel, la nacionalidad o la posición política. Por ello, las acciones de Tony Hernández, –un adulto como sabemos–, debemos verlas como suyas, sin tratar de usarlas como arma arrojadiza, en contra de su hermano el Presidente de la República.

Claro, no queriendo profundizar la crisis política, sino hacer como dice el vicepresidente Pence: apoyar al gobierno, para que siga luchando contra del delito. Por ello, hay que hacer como los líderes de la DEA, que desde los errores, extraen lecciones, para evitar perder a sus hombres que, cayeron, víctimas de la tentación y el dinero. Hasta ahora no hemos visto de parte de los “opositores”, propuesta alguna que ayude a evitar que las tentaciones que, no pudo resistir Tony Hernández, vuelvan a repetirse. Como dice un amigo, no se trata de los pecadores, sino del pecado. Porque es este, quien se destruye la buena conducta. Todos somos frágiles. Menos los moralmente formados. Si venciéramos las tentaciones, todos seríamos correctos ciudadanos.