Revolución desde la casa

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Le reenvié un meme a un amigo, que sobre Nicolás Maduro decía algo así: “Make Maduro a bus driver again”, y que no dejó de parecerme un poco cruel por la burla innecesaria que se hacía sobre el mandatario venezolano. Pero igual, no pude evitar la tentación. Debo confesar que disfruto mucho de la miríada de mensajes que me envían a diario a través de los memes, debido a la mofa que, a las cosas simples de la vida, le sacan esos granujas que hacen gala, no solo de una fantástica recreación de la realidad, sino también, de la alta dosis de picardía que nos caracteriza a los latinoamericanos. Con ello quiero decir que las redes sociales se han convertido en los canales perfectos para expresar con cierto “divertimento” la pesadumbre de vivir en el Tercer Mundo.

Con aquel meme, decidí seguir la cadena crítica para contribuir de alguna manera a la chanza, y para ver la reacción de esos amigos que se han vuelto con el pasar de los años, en admiradores de personajes que se ubican en la izquierda internacional. Y me gustaría saber las razones. Esperaba que mi amigo contestara la burla electrónica con aquel “emoticon” que simboliza una sonrisa, señal que al otro le ha caído en gracia el asunto; sin embargo, la respuesta fue una sarta de “caritas” con la efigie que simboliza el enojo profundo del emisor. Y no hablamos más del asunto.

En el pasado, los protestantes de izquierda se contaban con los dedos: un sacerdote amigo de la familia, un maestro de la universidad, un sindicalista de altos vuelos –todos ellos avezados en los estudios marxistas-, y uno que otro autodidacta que había intentado entender, infructuosamente el materialismo histórico. Experiencia fascinante era entablar conversación con aquellos sediciosos del ayer. Los verdaderos revolucionarios eran profundamente pedagógicos para atraer a sus oyentes. Los foros informales eran, el corredor de la casa, el café, los pasillos y el aula después de clases. Sin embargo, para los asuntos serios, se volvían muy solemnes y responsables: nada les perturbaba, excepto, claro está, que la revolución aún no llegaba.

Los rebeldes de hoy brotan como hongos en cualquier superficie séptica: son los chicos del nuevo milenio, ignorantes y nerviosos. No han leído nada más que aquello que los sitios web ofrecen: remembranzas en la clandestinidad de la selva tropical, y de barbudos que fumaban un habano, aunque fuese con mala técnica. De todas maneras, eso les importa un carajo. El contar con un ícono víctima de la injuria, es un fenómeno propio de la posmodernidad, y para eso están las redes sociales. Lo dice Zygmunt Bauman en sus escritos sobre lo líquido de los tiempos. Las doctrinas revolucionarias del pasado se han diluido para siempre. Lo de Bauman es una confirmación de que existe la necesidad de reafirmarnos como “buenos” en un mundo donde la maldad y el miedo prevalecen. Pues hoy en día, los amantes de la sedición contra-sistema, han decidido ponerse del lado “bueno” y dejarnos a otros en el bando de los “perversos”, por alguna razón que no es doctrinaria, ni moral, sino, propensión de los tiempos, como si se tratara de un atuendo de Armani.

Desgalillarse en las redes sociales, ofrece la forma más confortable de cambiar la malignidad del mundo desde la comodidad de la casa, con una cerveza bien fría, y un buen pollo “chuco” al lado. Algo así como para evitar exponerse a las fumarolas de las llantas quemadas y a los gases represivos, mientras vociferan “viva fulano” y “muera mengano”. Aunque de filosofía política no entiendan ni “jota”, como decía mi abuela.