La resistencia a la frustración. Un equilibrio que hay que rescatar

Por Tony Salinas Avery

Las frustraciones son estrictamente hablando correlativas con la sociedad en que se vive: cuanto mayor es la complejidad de la misma sociedad, tanto y mayor son las posibilidades de que una persona se frustre. La frustración es un sentimiento inadecuado de malestar que se experimenta en un determinado ambiente físico o en las relaciones con una persona o un grupo. En el pasado, cuando la relación entre el individuo y la sociedad eran esporádicas o repentinas, la persona se habituaba a lo que debía suceder, o se programaba en prevención natural a lo que le pudiera acontecer de manera intempestiva ante un acontecimiento o ante una relación con alguna persona. Se era capaz de caminar sereno ante cualquier crisis que produjera lo inesperado. En la actualidad las relaciones sociales han aumentado de número con un alto grado de oportunidad. Es decir, nuestra sociedad se basa en el imperativo, en el suceso que nuestras acciones puedan alcanzar ante los demás, favoreciendo así la tendencia a buscar, de manera obsesiva la aprobación y el protagonismo. Entre más se lucha por el suceso de la vida personal, tanto más aumenta el riesgo del fracaso. No se trata de condenar el éxito de las propias empresas, cuando estas vienen fruto de un proceso de trabajos y cambios continuos, el problema está en ese suceso que se ve venir fácil y abrumador en riquezas y fama, como lo presentan los programas televisivos, las redes sociales o las revistas de farándula. Ocultando siempre el grado de sacrificio y empeño que todo logro personal o colectivo conlleva. De esta realidad se nutren las muchas frustraciones de la juventud.

Hay que señalar, que de persona a persona se diferencia el nivel de la individual frustración, haciéndose imperceptible ante los demás, hasta el punto que la propia sociedad considere que la frustración como tal no existe. Para muchos no son claros los detonantes que hacen notar el malestar que se vive interiormente en la persona.

De manera análoga y positiva aparece la gratificación, cada uno de nosotros debe experimentar de manera creciente el sentimiento de aprecio por sí mismo, de valoración y por qué no de promoción. Hay que ponerle un alto a esa descalificación continua que hacemos los unos de los otros, cuando a veces nos tratamos de basura, de que no servimos para nada, o de que el aquí y el ahora son inservibles para nuestras más existenciales realizaciones. Afirmando que nacimos en el tiempo y en el país equivocado.

Lo grave como conclusión es que las frustraciones se acumulan y generan violencia, que se expresa de alguna manera y no siempre sobre aquellos que la han suscitado. Acumuladas y alcanzando un cierto nivel de fuerza, buscan alcanzar un canal de liberación, generalmente contra alguien. Las frustraciones entonces aparecen hechas violencia en la intolerancia y el insulto desmedido y malcriado, contra esos inocentes muchas veces o contra sí mismo. Las alarmas que se han activado del problema del suicidio en el país, acaso ¿no son el resultado de una vida con pocas gratificaciones que puedan dar la propia familia y en general la propia sociedad a cada persona individualmente? Son más las cargas de problemas y desprecios que se reciben y que a la larga terminan haciendo que la persona se crea lo que le repiten o le dicen cada día. Es hora de hacerle resistencia a la frustración y como ha señalado el Papa Francisco que nadie nos “¡robe la esperanza!”. Esta da razones para vivir.