Chile: lecciones después de todo

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7 de enero de 2020
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12:26 am
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Chile: lecciones después de todo

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Después de todo, las revueltas callejeras en Chile, que se produjeron desde octubre de este año hasta la fecha, nos han dejado grandes lecciones que no debemos ignorar en el resto de los países del continente.

El modo de los gobiernos para ejercer la política, la estructuración del poder, y la práctica de la democracia, deberán ser replanteadas en los años venideros, por temor y por prudencia. Para los sociólogos y científicos sociales, ha llegado la hora de una profunda revisión de las dos principales teorías que, hasta este momento, han servido para explicar los fenómenos sociales de América Latina. Ambas teorías están urgidas de una cirugía mayor: el funcionalismo, que aboga por un equilibrio social o una tranquilidad institucional duradera, libre de problemas sociales; y, en segundo lugar, la crítica marxista que pone de relieve los conflictos de la sociedad ocasionados por el sistema político y económico. Ambas teorías ya hicieron aguas.

En el caso de Chile, debemos aprender a desapasionarnos de los sucesos y dejar las ideologías de lado, para apreciar la sustancia que se oculta tras la fachada de las apariencias que los anarquistas en las redes sociales y los izquierdistas con gafas de Pigmalión aseguran que se trata de una gloriosa batalla en contra de las injusticias del mercado y contra los desaciertos del neoliberalismo que, según ellos, ha encontrado su tumba en la tierra del general O`Higgins.

En 1968 los estudiantes franceses se volcaron a las calles, retando al régimen del presidente de Gaulle, y poniendo en precario al sistema en general. La revuelta estudiantil francesa produjo un efecto dominó que propició las protestas de millones de jóvenes alrededor del mundo. ¿Què pasó en ese momento? ¿Por qué los jóvenes primermundistas protestaron en contra del sistema cuando en sus países repuntaba la bonanza económica? En Chile, el país con el mejor crecimiento económico del continente, el Estado ha descuidado su quehacer fundamental de mejorar la calidad de los servicios públicos. Mientras el mercado ha crecido en riqueza -riqueza que no se debe regalar ni donar, como creían escritores antiliberales como Charles Dickens-, los impuestos que los ciudadanos y la empresa privada hacen efectivo cada año, no se reflejan en mejores condiciones de atención en salud y educaciòn, ya sea por corrupción o por displicencia. ¿Será mejor quitar esos servicios mediocres al Estado, y pasarlos a manos privadas? La respuesta es sí. Y no se trata de una teoría conspirativa contra el Estado, sino que, en la gran división del trabajo social, lo aconsejable sea que cada sector se encargue de lo suyo y que se dedique a hacer lo que mejor sabe hacer.

Ser espectadores de miles marchando en las calles, habla mucho del nivel democrático de ese país, fenómeno que no ha sido posible en otro país del continente. A pesar de lo innegable de la capacidad de convocatoria de los grupos izquierdistas que organizaron las revueltas, la respuesta del gobierno de Piñera no ha sido más que una jugada de politiquería barata. Abre las puertas para que el populismo tome mayor fuerza, y la demagogia acabe con los logros alcanzados por el liberalismo económico y social chileno, que Hayek y Friedman habían respaldado, aunque con reservas.

Después de todo, la lecciòn de Chile sirve para mostrarnos cómo al Estado y a los políticos no les importa el desarrollo humano, con tal de mantenerse en el poder. Así, una nueva constitución, supondrá un grave retroceso que impactará negativamente en la institución que genera la riqueza chilena: el libre mercado.

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