Honduras, la del Pacífico

Por Juan Ramón Martínez

Con Nora, Eduardo Goñalons y su esposa, nuestra hija Elia y los nietos Alex y Ema, Jorgito, primo de ambos, visitamos Amapala, Comalí, Choluteca, y San Lorenzo. Durante dos días, vivimos una agradable experiencia, recorriendo lugares conocidos; pero que, han experimentado cambios singulares en los últimos años. La mayoría positivos; pero también algunos negativos. Normal, como todo en la vida. En Amapala nos atendieron oficiales de la Base Naval. En Comalí y en San Marcos, nos fuimos por la libre porque Toño Ortez, no estaba en su ciudad natal. En San Lorenzo, nuestro anfitrión fue “Papi” Bonilla, exalcalde y hombre de influencia en los negocios y la política del sur del país. Propietario de Hotel y Club Morazán. La primera impresión que produce la zona, es la belleza del paisaje del sur. Incluso Jícaro Galán, todavía no está tan seco como posiblemente estará dentro de poco, protegido sin embargo por sus resistentes jícaros que cuelgan de sus ramas caprichosas, el verde jugoso de sus jícaras hermosas. Amapala, el Golfo de Fonseca y las islas hondureñas y salvadoreñas, son bellas para marcar de orgullo la retina de los visitantes. El paso de Coyolito a Amapala es rápido, en lanchas que van y vienen. Al acercarnos, el abandonado puerto de hace algunos años, luce esplendoroso. Los colores vivos, los edificios reconstruidos, el movimiento de la gente y las “motos taxis”, que van de un lado para otro, hacen la diferencia. La carretera adoquinada que rodea a la isla, le permite al visitante vistas espectaculares. Gozo como no lo hacía, desde hace muchos años, el paisaje que nos rodea.
Almuerzo y atenciones en la base. El alférez Rodezno nos atiende y García, nos lleva en un vehículo a Playa Grande. Fuera de unos abandonados baños y sanitarios, el resto es bello. Arena fina obscura, hamacas bajo cobertizos provisionales, permiten un gozo que me había perdido. Pedro Rivas vende “minutas”. Cuando le cuento que yo vendí “raspados” –en los campos bananeros, así las llamábamos– le brillan los ojos, porque siente que está hablando con un “colega” que respeta su trabajo. Le digo que siento muy dulce la “minuta”, echa más hielo. Ríe con orgullo, cuando nos despedimos. Al regreso, alguien habla de las dos casas habitadas del alcalde –del cual no supe el nombre–; me enseñan el hotel propiedad del cura, que ya no ejerce su apostolado; señalan la plaza cívica; la casa de la cultura. Y después de pasear por el malecón, vemos al parque Morazán donde está la primera estatua que se erigió al prócer. Obsequio de los salvadoreños. García, señala con orgullo, la casa de “Primitivo” Maradiaga, la figura de la cual se siente más orgulloso. Al regreso, atravesamos en una lancha de intercepción que acaba de regresar de hacer los relevos de tropas en la Isla Conejo. Es una experiencia singular, hablar con los marinos. Profesionales, informados y atentos. Nos despedimos con un hasta luego de Rodezno y de sus compañeros, orgullosos infantes de marina.
Cenamos en Choluteca. La ciudad ha cambiado y tenido un crecimiento extraordinario. El alcalde Quintín Soriano y Mauricio Oliva han cooperado muy bien. Allí sí se notan los efectos. Después, viajamos a Comalí, a un hotel de retiro campestre. Llegamos tarde. Y solo el vigilante nos ayudó a instalarnos en una cabaña. Hace mucho frío y fuerte viento. En las cercanías, hay un parque eólico. El servicio de desayuno no fue bueno. Nos dijeron que el espectáculo de los toros, sería hasta el sábado. Nos trasladamos a San Lorenzo. Aquí, “Papi” Bonilla, amigo rotario y exalcalde, nos atendió en su negocio. La sopa marinera, fue excelente. “Mejor que la que vendía Maravilla”, le digo riéndome. Hablamos del turismo, de la delincuencia y de política. También recordamos a Ricardo Banegas, amigo común. Mientras tanto los nietos, sobrino, Nora, mi hija y su esposo, bañan en la piscina. Me acomodo en una hamaca a leer. Una señora grita, como ninguna otra. Para que le escuchara dijo: si fuera hijo “le pegaba dos tiros en el pecho”. No la vuelvo a ver. No me conoce. No es de San Lorenzo y de repente es mujer de policía, pienso, por el lenguaje. Por lo demás, contentos, regresamos a Tegucigalpa a las 6:30 de la tarde. Felices y agradecidos con los amigos que nos atendieron.